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AGENCIAS-LONDRES
Las deflagraciones de ayer, de poca intensidad, volvieron a llevar el pánico al sistema de transporte londinense, justo dos semanas después de los sangrientos ataques cometidos contra tres convoyes del metro y un autobús urbano, que provocaron hasta ahora 56 muertos y unos 700 heridos. «De pronto la puerta entre mi vagón y el siguiente se abrió y docenas de personas comenzaron a empujarse, algunos se caían y había claramente un pánico masivo», dijo un testigo, que dijo llamarse Iván, en la estación de Warren Street.

Mientras, los servicios de emergencias londinenses recibieron un aluvión de llamadas sobre paquetes sospechosos después de que pequeñas explosiones golpearon la red de transporte de la capital británica. «Estamos recibiendo literalmente cientos de llamadas desde toda la capital. Tenemos que responder a cada una de ellas», dijo una portavoz de la policía de Londres.

«Un hombre joven italiano (...) dijo que un hombre estaba llevando una mochila que de pronto explotó, una explosión menor pero suficientemente poderosa como para abrir la mochila y el hombre hizo una exclamación como si algo hubiera salido mal», añadió. Las escenas de pánico se repitieron cerca de las estaciones afectadas y el nerviosismo se apoderó de toda la ciudad, en especial de los ciudadanos que debían coger el transporte público.

Parte del distrito financiero cercano a la catedral de San Pablo era una de las áreas más afectadas por los cordones que tendía la policía para investigar cada uno de los incidentes. Los negocios en la Bolsa de Londres no se vieron afectados. Los atentados hicieron reflexionar a la población británica y a los políticos sobre que el país podría estar albergando su propia generación de militantes islámicos, similares a los que han inflingido ataques mortales como los del 11 de septiembre en Estados Unidos y el 11 de marzo del año pasado en Madrid.