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EUROPA PRESS-ROMA
Los restos mortales del Papa Juan Pablo II recibieron ayer en las grutas vaticanas. Como dicta la tradición, el cuerpo del Pontífice fue inhumado dentro de un ataúd de ciprés, colocado a su vez dentro de un segundo de plomo, para evitar la humedad, y un tercero de nogal. Terminada la Misa funeral, el féretro se llevó en procesión a través de la puerta de Santa Marta hacia las grutas vaticanas, sólo acompañado por algunos cardenales y en medio de los sonoros aplausos de los fieles congregados en la Plaza de San Pedro. En las grutas se realizó la inhumación, en la capilla donde se encontraba enterrado Juan XXIII hasta que fue proclamado beato por el propio Juan Pablo II.

Según la tradición, en la capilla, el cardenal Camarlengo, Eduardo Martínez Somalo, recita el Canto 'Salve Regina' y se procede a la inhumación. El último paso es cerrar la tumba con una lápida de mármol blanco con las únicas palabras «Johannes Paulus P.P. II». En el interior del ataúd fueron introducidas las monedas acuñadas a lo largo de su Pontificado y el 'rogito', las dos hojas de pergamino que cuentan la biografía de Juan Pablo II y que van introducidas en un tubo de plomo dentro del féretro. El texto se refiere al Papa «como testimonio de piedad, vida santa y paternidad», según se supo tras la lectura ayer de este documento por parte del Maestro de Ceremonias Pontificias, el arzobispo Piero Marini, antes de que se cerrara el ataúd.

El Papa dejó escrito que quería ser enterrado en la tierra y que sobre él se colocase únicamente una lápida de mármol y no un sarcófago. La inhumación solo se realizó ante unos pocos cardenales y no fue transmitida por las televisiones.

Este documento, en el que se describe la vida del Papa y su Pontificado, termina con la frase «Juan Pablo II ha dejado a todos un testimonio de piedad, vida santa y paternidad universal», tras lo cual ha sido firmado por todos los cardenales que asistieron al acto; entre ellos el camarlengo, Eduardo Martínez Somalo; el ex secretario de Estado, Angelo Sodano; el arcipreste de la basílica vaticana, Francesco Marchisano; el vicario de Roma, Camillo Ruini, y el decano del Colegio Cardenalicio, Joseph Ratzinger.