Küng, de 75 años y que ahora enseña en Tubingen (Alemania), dijo
recientemente a la prensa italiana que el fallecido Pontífice «no
era el más grande Papa del siglo XX, sino el más contradictorio».
El contestatario teólogo suizo Küng expuso ayer sus
discrepancias con Juan Pablo II y, en un escrito en el diario
helvético en alemán «Sonntags-Zeitung», consideró que si bien «la
piedad y el compromiso de Juan Pablo II son incontestables», el
Papa deja a la Iglesia Católica en medio de «una crisis de
confianza y de esperanza».
«La política del Papa polaco fue devastadora: muchos obispos
mediocres y hasta incapaces», señaló Küng, un teólogo católico a
quien en 1979 (poco después de iniciarse el pontificado de Juan
Pablo II), el Vaticano le prohibió la enseñanza por poner en duda
la infalibilidad del Papa.
«Este Papa ha dejado una pesada herencia a su Iglesia», opinó el
teólogo, quien consideró que «pronto se desinflarán sus triunfales
apariciones y ya no sonarán del mismo modo sus discursos a favor de
los derechos humanos y la paz en el mundo».
«Muchos esperan ahora a un Papa que acabe con el bloqueo de las
reformas, que aplique las pendientes desde el Concilio (Vaticano
II, 1962-1965) y que tenga coraje para dar un nuevo paso adelante»,
concluyó Küng.
La otra dificultad que le llegó a Juan Pablo II desde territorio
helvético se produjo en 1988 y se situó en el otro extremo de los
problemas planteados por el contestatario teólogo.
Ha sido, además, el único cisma sufrido por la Iglesia Católica
en el siglo XX y protagonizado por la tradicionalista Fraternidad
de San Pío X, nacida en la localidad suiza de Econe (sur).
Esa fraternidad surgida en esa ciudad helvética en 1969 a
iniciativa del obispo francés Marcel Lefebvre, asegura contar con
200.000 fieles, la mitad en Francia y el resto repartidos, en más
de 40 países, entre ellos Suiza, Argentina, Estados Unidos y
Australia. Según la prensa suiza, aunque a iniciativa de Juan Pablo
II se reabrió el diálogo con ese grupo en 2000, las dos partes
tienen las mismas posiciones distantes sobre las reformas del
Concilio Vaticano II que tenían antes de la conciliación.
Juan Pablo II excomulgó a Lefebvre y los obispos que éste
consagró en 1988, y que querían la vuelta de la misa en latín, y
tenían posiciones que la jerarquía de la Iglesia Católica
consideraba contrarias a la libertad religiosa.
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