El líder opositor Kurmanbek Bakíyev, rodeado de sus seguidores antes de entrar en la sede de la Presidencia.

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ALMAZ ASÀNOV-BISHKEK
Las nuevas autoridades de Kirguizistán decretaron ayer el toque de queda en la capital para poner fin a los desórdenes y los saqueos, mientras el derrocado presidente kirguís, el prorruso Askar Akáyev, denunció el «golpe de Estado» que lo apartó del poder. Los pogromos que siguieron a la toma el jueves de la sede del Gobierno en Bishkek y la caída del régimen del presidente Askar Akáyev se reanudaron ayer nada más caer la noche, con enfrentamientos entre las fuerzas del orden y los merodeadores.

Un portavoz policial comentó que «falta gente para mantener el orden a plenitud», pues «más de la mitad del personal de la Policía no se presentó al servicio», y que el mantenimiento del orden corre a cargo fundamentalmente de las milicias populares y destacamentos de defensa ciudadana del movimiento juvenil Kel-Kel.

El Ministerio del Interior anunció que en la capital se decreta el toque de queda. Poco después, la Policía informó de que sus agentes dispararon al aire para hacer retroceder a hasta dos mil jóvenes que intentaban saquear el principal centro comercial urbano, y contra otros 500 merodeadores que pretendían asaltar un banco comercial.

El Gobierno desmintió la imposición del toque de queda, pero la Asamblea de Bishkek aprobó la medida y exigió al presidente y primer ministro en funciones, Kurmanbek Bakíyev, que imponga el estado de excepción para hacerla vigente. El departamento de Sanidad precisó que durante el asalto de la sede del Gobierno y los desórdenes posteriores, inclusive nocturnos, murieron dos personas y otras 360 sufrieron heridas y traumas, entre ellas 31 policías.