Un sacerdote bendice el féretro del agente italiano Nicola Calipari, muerto en Irak.

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Esta velada acusación se suma a la que hace en un artículo publicado en la edición dominical de «Il Manifesto», para el que trabaja: los secuestradores le alertaron de que los norteamericanos no querían que volviese a Italia.

La cronista dijo a los representantes del ministerio fiscal que el ataque de la patrulla norteamericana fue injustificado y que el vehículo en el que viajaban iba a una velocidad moderada, sin dar pie a equívocos. Tras explicar que el resto todavía no lo puede contar, al haber una investigación en marcha, Sgrena califica ese viernes como el día más dramático de su vida, antes de pasar a narrar algunos pormenores del secuestro «que ha cambiado para siempre mi existencia». «Los primeros días del secuestro -escribe- no vertí ni una lágrima. Estaba furiosa. Les decía en la cara a los secuestradores: ¿pero cómo me habéis secuestrado a mí que estoy en contra de la guerra?».

«Declaraban estar firmemente empeñados en liberarme, pero debía estar atenta, 'porque están los americanos que no quieren que tu vuelvas'», escribe en ese artículo la reportera, que está hospitalizada debido a las heridas que sufrió en la refriega.

Su compañero sentimental, Pier Scolari, que la acompañó en el viaje de regreso desde Bagdad, avanzó el sábado en parte estas tesis con la sospecha de que el tiroteo pudiera haber sido premeditado y que en realidad «se hubiera tratado de una emboscada».

Esta serie de agravios se completa con las declaraciones efectuadas por Giuliana Sgrena a los fiscales de Roma que han abierto una investigación para esclarecer los hechos, con la imputación de homicidio voluntario.

Las autoridades italianas están a la espera de que EEUU aclare lo ocurrido, como se ha comprometido el propio presidente estadounidense, George W. Bush, en una llamada telefónica al primer ministro italiano, Silvio Berlusconi.

Entre tanto, ayer se puedo leer una primera versión de Giuliana Sgrena en el relato que, bajo el título de «Mi verdad», publica en las páginas de «Il Manifesto». «Faltaba menos de un kilómetro, me dijeron, cuando... Recuerdo sólo fuego. En ese momento una lluvia de fuego y proyectiles se abatió sobre nosotros acallando para siempre las voces divertidas de pocos minutos antes», señala.

Luego rememora la muerte de Calipari: «Nicola Calipari se abalanzó sobre mí para protegerme y, de pronto, repito, de pronto, sentí su último suspiro y se me murió encima».