El ingeniero jefe fue el encargado de apagar el último reactor.

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EFE - KIEV «Ordeno apagar el tercer reactor», dijo el presidente de Ucrania, Leonid Kuchma, desde el Palacio Nacional de Kiev a las 13.17 hora local del viernes, en comunicación directa con la planta de Chernóbil. El director de la central, Vitali Tolstonogov, respondió desde la sala de control de la planta con un escueto «a sus órdenes». Inmediatamente se puso en marcha un proceso técnico de poco más de una hora para detener por completo la reacción en cadena dentro del único reactor operativo de los cuatro que tenía la central.

Gobernantes, diplomáticos, personalidades y periodistas de todo el mundo mantuvieron un emotivo silencio durante la histórica ceremonia, 14 años y ocho meses después del accidente del 26 de abril de 1986. Dos personas murieron inmediatamente aquel día tras la dantesca explosión del reactor número cuatro que arrojó a la atmósfera 50 millones de curies de radiación, equivalentes a 500 bombas como la de Hiroshima. Otros 29 operarios de la central, una de las más modernas de lo que entonces era la Unión Soviética, fallecieron en pocos minutos, pero el legado de destrucción oscila según diversas fuentes entre 2.000 y 300.000 muertos más y millones de enfermos.

Chernóbil «se suma a la simbólica lista de tremendos y devastadores cataclismos que han entrado en la historia por haber sido signos distintivos de sus épocas, como Pompeya, Guernica e Hiroshima», añadió y recalcó que las palabras «planta nuclear de Chernóbil» actualmente «personifican un nuevo fenómeno: la energía nuclear fuera de control». Añadió que Ucrania entiende que Chernóbil es una amenaza para todo el mundo y, «en consecuencia está dispuesta a sacrificar parte de sus intereses nacionales en aras de la seguridad global».