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Rusia hizo ayer oídos sordos al alud de denuncias de violaciones a los derechos humanos en Chechenia y pisó a fondo el acelerador para acabar cuanto antes la guerra. «Hay que terminar las operaciones antes de que se derritan las nieves», dijo ayer el ministro de Defensa de Rusia, mariscal Igor Serguéyev.

Las crecientes denuncias de atrocidades cometidas por las tropas rusas en la república rebelde formuladas por organismos no gubernamentales y por supervivientes chechenes no han hecho la más mínima mella en el Kremlin.

Precisamente para analizar con las autoridades rusas la situación de la población civil de Chechenia llegó ayer a Moscú el comisario de Derechos Humanos del Consejo de Europa, Alvaro Gil-Robles. La tarea de Gil-Robles, quien adelantó su intención de visitar el territorio de la república rebelde, no se antoja fácil, ya que el Kremlin no ha autorizado su viaje a la zona del conflicto. El Comité Europeo para la Prevención de la Tortura, alarmado por la situación de los civiles detenidos en Chechenia, enviará en los próximos días a Moscú una misión para investigar las denuncias al respecto. Según testimonios de supervivientes, la tortura es una práctica habitual en el «campo de filtración» de Chernokózovo, en el norte de Chechenia. «Nos golpeaban con porras de goma y metálicas. A un hombre le aporrearon los talones de los pies y se volvió loco, se olvidó de su propio nombre», dijo Rezván, un joven chechén superviviente de Chernokózovo.