El derechista Joaquín Lavín rompió los pronósticos en los comicios
presidenciales celebrados el domingo, y por primera vez en la
historia de Chile forzó una segunda vuelta con un discurso simple
pero penetrante que convenció a casi la mitad de los electores. La
euforia entre los partidarios de Lavín contrataba con las caras
largas de los socialistas, y es que la derecha logró romper su
techo electoral desde que el dictador Pinochet abandonara el poder
político.
Según el cómputo oficial definitivo, Lavín, un ex asesor
económico de Augusto Pinochet que ha logrado desvincularse de la
imagen del general detenido en Londres, obtuvo un 47'52% de los
votos, mientras que el candidato oficialista, Ricardo Lagos,
alcanzó el 47'96%. Este empate obligará a ambos a enfrentarse
nuevamente el próximo 16 de enero.
Con mensajes calificados de populistas por sus adversarios y un
innegable carisma personal, Lavín ha cambiado el cuadro político
chileno del último decenio haciendo gala durante la campaña de una
energía inagotable y una gran capacidad para entablar contacto
directo con todo tipo de personas. Al mismo tiempo, se ha
desmarcado de los partidos políticos, incluidos los que le apoyan,
asegurando que «las peleas de los políticos no le interesan a la
gente, que sólo quiere ver resueltos sus problemas concretos».
El desempleo, los efectos de la recesión económica, la
inseguridad ciudadana y las críticas a los puntos débiles del
Gobierno de Eduardo Frei fueron los ejes de la estrategia de Lavín,
que giró en torno a una profusa, aunque vaga, consigna de «cambio».
El aspirante de la Alianza por Chile les dijo a los desempleados
que crearía 160.000 puestos anuales de trabajo y a los delincuentes
les advirtió que «se les acabarán las vacaciones».
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