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En el funcionamiento de la economía privada el consumo global de los europeos se ha desplazado después de la pandemia a los servicios en detrimento de los bienes, gastando en 2022, 2023 y posiblemente en 2024 más en viajes (transporte), estancia (hoteles y apartamentos) ocio y restauración que antes de la crisis vírica de 2020. Hemos salido en estampida después del confinamiento de las personas y de los países por el cierre también de las fronteras. El resultado es un aumento exagerado de los precios en aquellos destinos más apreciados como Balears y Canarias. El desplazamiento masivo de multitudes hacia destinos atractivos viene provocando esa sensación de agobio y masificación a los residentes, que estallan y se manifiestan en su contra. Hoteles llenos, altos precios del alquiler y crecimiento de la oferta del alquiler turístico irregular para aprovechar ese maná.

Esa doble cara del turismo ha llevado al enfrentamiento y a fórmulas mágicas o interesadas para solucionarlo. En las islas el incremento demográfico y la urbanización intensiva de la franja litoral con la multiplicación de urbanizaciones y núcleos ha impulsado un brutal cambio medioambiental en la segunda mitad del siglo XX y lo que llevamos del XXI. Sin embargo, todo parece indicar que a partir de 2025 la demanda de viajes se estancará o caerá. Incluso se está ya notando en la temporada de 2024 que no será tan buena como en 2023. Esta reducción del crecimiento se debe a varios factores. Por una parte, al aumento tan exagerado de los precios, que se multiplican de un año para otro como en la burbuja inmobiliaria de hace quince años y que reducirá la demanda. Por otra, el estancamiento de la renta europea influida por la guerra de Ucrania y los previstos encarecimientos de los viajes por los altos precios del petróleo y los aumentos de tasas a los vuelos y de impuestos a los turistas, que tendrán menos dinero para viajar. Y, por último, la desaparición del efecto psicológico que produjo el confinamiento de la necesidad vital de viajar y moverse. A corto plazo el efecto no se notará en los precios, que son rígidos a la baja. Es decir que se resistirán a bajar después de haber alcanzado esos altísimos niveles, pero acabarán bajando y muchos negocios que se subieron a la burbuja de estos años cerrarán. Así actúa el mercado.

Por otra parte, la escasez de vivienda amenaza con impedir la movilidad laboral afectando a las empresas y al crecimiento y de hecho podría decirse que el poder exagerado de la oferta de alquiler en el mercado de la vivienda es una especie de monopolio que expolia el excedente de las empresas y el salario del trabajador. Esta situación acrecienta el poder de los rentistas, que viven de los alquileres y no de la actividad económica que es la que crea riqueza, como los autónomos, empresarios y trabajadores. Hay insatisfacción dentro del sector también porque los trabajadores creen que ellos no reciben una parte justa de esa riqueza y de los empresarios que se quejan de los aumentos de los costes y los impuestos. Hay muchas familias, naturales de las islas, que se han enriquecido a través de la venta de terrenos y traspaso de pequeños negocios con éxito, cuyos herederos podrían ser los nuevos rentistas que tampoco están interesados en un exceso de turismo. También aquellos que quieren una sociedad menos consumista y dan prioridad a la conservación de las islas, aunque sea a costa de reducir su bienestar material. A todas estas personas y aquellos que creen que no viven del turismo directa o indirectamente les molesta que venga demasiada gente. Todo esto crea un clima de malestar e insatisfacción a pesar del éxito económico de Balears estos años post pandemia. El rechazo al turismo y a la inmigración no deja de ser también un síntoma de la vuelta a los nacionalismos que se está produciendo en toda Europa y que si no los evitamos nos puede llevar a trágicas épocas que hemos vivido en el pasado.

Esto no quiere decir que los gobiernos locales no traten también de influir con medidas para evitar la masificación y lograr un equilibrio entre lo privado, lo público y lo medioambiental, como limitaciones a la entrada de vehículos, la construcción de vivienda pública para alquiler que es muy escasa y muchas otras. En el caso de la ciudad de Eivissa hay dos problemas que pueden solucionarse después de muchos años. Los malos olores por la falta de depuración de las aguas residuales y la mejora de la calidad de vida en la ciudad. La planta depuradora de Eivissa que presta servicio a la capital lleva tiempo saturada, especialmente en temporada, y con malos olores que se extiende por gran parte de la ciudad. Afortunadamente el emisario de la depuradora que vierte al mar por Talamanca, que ha tenido múltiples averías y vertidos en el pasado, ha podido cambiarse hace unos años. La calidad de las playas, la transparencia de las aguas y la variedad de la flora y fauna marina depende de las praderas de la posidonia a las que hay que proteger. Respecto a la mejora de la calidad de vida de los residentes de la ciudad de Eivissa hay ahora una gran oportunidad para que tengan un gran parque y un paseo de mar a mar en el primer cinturón de ronda. Hacerlo de verdad con árboles y plantas y con espacio suficiente. Hay otra isla que puede servir de ejemplo como el Parque García Sanabria y Las Ramblas de la ciudad de Santa Cruz de Tenerife. Una ciudad que está junto a África y que prioriza los jardines sobre el hormigón.