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Me contaba un primo mío que tenía tres amigos que se habían arruinado; uno se gastó el dinero en mujeres y alcohol, otro en el juego y el tercero, de la peor de las maneras, en la bolsa.

Esto último es lo que les está pasando a algunos pequeños inversores que van camino de imitar a aquel personaje de Hemingway que explicaba cómo había llegado a la ruina: al principio poco a poco y después de golpe. Mi primo ya está en la primera fase. Ha vivido muchos años en el extranjero y pudo hacer unos ahorrillos que entregó a un joven gestor de Merril Lynch que le aseguró que era capaz de superar al mercado “con las manos atadas”, mediante una inteligente política de invertir en tecnológicas. Era a comienzos de siglo, poco antes de la crisis de esas acciones.

Escaldado, buscó un gestor conservador y lo encontró en Salomon Brothers, posteriormente absorbida por Morgan Stanley. Este le aseguró que si el mercado subía, las acciones que iba a comprar para él podrían subir menos que el índice, pero que a cambio cuando este cayera resistirían mejor. Solo la primera parte se cumplió. Se jubiló y regresó a España donde buscó un gestor aún más conservador. Los conocedores le recomendaron Abante Inversores, empresa especializada en gestionar fondos de fondos. Esta vez no podía fallar, con lo que las rentas de su capital le bastarían para complementar su pensión hasta la cantidad que necesitaba mensualmente. Era el verano del 17. La bolsa americana ha tocado techo, le explicó el analista, pero la europea, incluida la española y las de países emergentes, tenían todavía recorrido. Al cabo de dos años uno de los cinco fondos, centrado en España, había perdido casi un treinta por ciento, los de Europa y emergentes por encima del diez y había ganado algo precisamente el expuesto a la bolsa de Nueva York. El gestor de uno de los fondos perdedores era tan optimista que además del uno y medio por ciento de comisión anual de gestión se iba a llevar el diez por ciento de los beneficios.

Mi amigo decidió irse a la renta fija, pero hasta el bono alemán a treinta años te cobraba por invertir en él y dejar el dinero en el banco le terminaba costando dinero por las comisiones de todo tipo. Draghi remató el asunto hundiendo aún más los tipos de interés, así que optó por guardar el dinero bajo el colchón y decidió no sacarlo de allí hasta que un gestor le prometiera que, en caso de pérdidas, asumiría el diez por ciento de las mismas.