Como creador multidisciplinar, este es un trabajo que consta de «un ensayo audiovisual de diez minutos» y «una escultura cinética sonorizada». «En el hospital me empapé de la historia tremenda de este edificio. Me impactó el hecho de que está en desuso pero todavía guardaba huellas y marcas, es decir, historias específicas de las memorias de sus habitantes, de esos cuerpos tan frágiles», recuerda.
En este sentido, «es un proyecto sobre los cuerpos, los movimientos de tierras y las huellas que dejan». Además, destaca que «el edificio es motivo de especulación inmobiliaria y gentrificación y, por lo tanto, esas historias se van a borrar del mapa y de la memoria», lamenta.
Por ello, Morilla documentó «sonora y gráficamente todos los vestigios y huellas, tanto físicas como digitales» del antiguo hospital francés. «Comprobé con Google Earth cómo era antes y lo comparé con la actualidad, perseguí un cambión que llevaba escombros de demolición, grabé paisajes sonoros y entrevistas... Traje sillas que usaban los niños y les he dado voz, las he sonorizado. Sobre las sillas he proyectado un vídeo. El espectador se encontrará con un sonido angustioso que sale de ellas, colocadas de modo que reflejan la sumisión y el adoctrinamiento».
«Al final, mi obra tiene que ver con dar voz a los que no tienen, visibilizar lo invisible y sonorizar lo que no podemos percibir, a través de una práctica instalativa y transversal», explica el artista, que precisamente quedó finalista en este mismo galardón en 2014 y que ha participado en varias exposiciones en la Isla.
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