Anna-Lina Mattar nació en Colonia (Alemania) en 1990, pero cuando tenía 3 años vino a vivir a Artà con sus padres. Desde hace unos quince años vive en Barcelona.

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Anna-Lina Mattar nació en Colonia en 1990, pero vino con sus padres a Mallorca cuando tenía 3 años. Se crio en Artà, pero cuando llegó el momento de estudiar una carrera, eligió Barcelona, donde lleva viviendo desde hace más de 15 años. Allí se licenció en Sociología y estudió Ilustración en la Escola Massana de Barcelona, dos pasiones que ha unido en sus diferentes proyectos, como En el ombligo: diarios de guerra y paz en Colombia (Premio Internacional de Novela Gráfica FNAC-Salamandra). Ahora, la germanomallorquina acaba de publicar El anillo de la serpiente (Garbuix Books y, en catalán, con Andana Editorial), que recibió el Premi València de Novel·la Gràfica en Valencià 2023.

La historia gira entorno a un anillo con forma de serpiente que los abuelos de la autora encontraron en un sofá después de la Segunda Guerra Mundial, cuando los aliados dividieron Alemania en cuatro zonas de ocupación militar y el pueblo, Schlangen (en el distrito de Lippe, en el estado federado de Renania del Norte-Westfalia), quedó bajo influencia británica. «Fue un símbolo de esperanza», reconoce Mattar, que llevaba tiempo interesada en la figura de su abuela, que se llamaba como ella, y que vivió en este pequeño pueblo de Alemania que, sin embargo, a sus afueras acoge uno de los campos de entrenamiento militar más grandes del país: el Truppenübungsplatz Sennelager.

«En la localidad eran prácticamente autosuficientes, cultivaban fruta y verdura, tenían gallinas... Los hombres iban y venían, algunos no volvían. Como sucede en todas las guerras con los pueblos pequeños, pasaba desapercibido porque no interesaba como objetivo. A mí particularmente me interesaba cómo la había vivido mi abuela, pero para mi padre es muy difícil hablar de ello. Como alemán, tiene un sentimiento de culpa muy fuerte, a pesar de que él nació un año después de terminar la guerra, en 1946», reconoce.

En este sentido, la autora admite que «se está haciendo un trabajo importante para inculcar a todos que ese desastre no puede volver a pasar y encontrar una especie de paz y a la vez exponer lo que se ha hecho mal». Con todo, denuncia, «hace un tiempo que se está experimentando un auge bestia de la ultraderecha, una ola reaccionaria que no puedo entender de ninguna manera; espero que historias como la que cuento en este libro sirvan para que la gente se dé cuenta de que no podemos permitir repetir la historia».

«Yo misma, que me he criado aquí, siento que a veces me cuesta decir que soy alemana. No me siento del todo cómoda. Pocos países del mundo tienen esa connotación: es hablar de Alemania y pensar enseguida en el Holocausto. En España es distinto, lo primero que puede venir a la cabeza a la gente es la paella o el flamenco», confiesa. «No sé si a la gente de mi edad que vive en Alemania le ocurre lo mismo. Supongo que el hecho de haberme criado fuera, en el extranjero, me permite reflexionar más sobre la identidad nacional y qué significa ser alemán. Puede que los que viven allí no tengan tantos problemas como este», añade.

«Al final, una guerra es una guerra y siempre hay historias de horror. Creo que la generación que las ha vivido no las suele contar a sus hijos, como pasó con mis abuelos y mi padre. No se lo explicaban ni él quería preguntar porque intuía que se lo callaban para protegerlo. Y así se va creando un silencio. Es la generación de después, la mía, que está más alejada de ese sufrimiento, la que puede hablar de ello», concluye.