El escritor, artista y colaborador de este periódico Lluís Maicas. | Jaume Morey

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Lluís Maicas (Inca, 1954) lleva más de veinte años publicando dietarios, primero como cuadernos de viaje y luego como anécdotas cotidianas con su particular sentido del humor. Ahora, el colaborador de este periódico –es autor de Escalas de replans que se publica cada domingo en esta sección– firma un nuevo dietario: Qualsevol nit serà de dia (Ensiola). El volumen, que cuenta con prólogo de Joan Veny, abarca desde el 13 de febrero, día del cumpleaños del autor y colaborador de este periódico, hasta la víspera de su próximo aniversario, en 2023. Presentará el libro el próximo 9 de mayo en Inca y el 10 de mayo en Campos.

Reconoce que el dietario es un «formato generoso que acepta tanto la información histórica auténtica como el testimonio de una ficción». ¿Es más libre que la poesía?
—Me siento tan cómodo en la poesía como en el dietario, pero es cierto que todo lo que se te pase por la cabeza tiene cabida en un dietario, algo que no ocurre tanto en poesía, donde puede que ciertos aspectos estén fuera de lugar. Escala de replans también me da esa libertad. De hecho, aquí me he permitido el lujo de incluir una Escala. Estaba tentado de poner alguna más, pero preferí dejarlo así.

En el prólogo, Veny señala que, en poesía, practica la revisión constante, pero, en cambio, en los dietarios deja que todo fluya. Pero, ¿no siente más pudor en un dietario? Qué es más íntimo o intimista, ¿sus poemarios o sus dietarios?
—En primer lugar, en un dietario
intento corregir lo mínimo a posteriori. A no ser que encuentre algún error gramatical u ortográfico, nunca corrijo una entrada, lo cual sería muy fácil, por cierto, pero tiene una explicación: un dietario pretende trasladar tu estado de ánimo. Es lógico, pues, que haya días en los que estás más fino que otros, pero si lo manipulas te estás mintiendo a ti mismo y también al lector. No puedes simular que siempre estás brillante. Pero no por eso deja de ser menos interesante. En este sentido, es un ejercicio honesto. El caso más famoso es el Quadern gris de Josep Pla, que reescribió totalmente cuando tenía cierta edad, con la perspectiva de todo lo aprendido. No digo que esté mal, cada uno puede hacer lo que quiera.

¿Cómo se siente cuando regresa a entradas del pasado?
—En algunas queda reflejada mi tendencia, a veces, a una pequeña depresión. No es nada grave, pero sufro una bajada de ánimos de todo, de pulsión, de motivación e incluso he llegado al extremo de estar apunto de mandar el dietario a hacer puñetas. Cuando terminé Una fosca d’ungles pintades estaba exhausto, no sabía si haría otro dietario porque, al fin y al cabo, vierto mucho de mí en cada uno y encuentro que hay poco retorno.

¿A qué se refiere?
—Va por días, pero hay veces en las que tengo la sensación de que tengo pocos lectores. Pero luego resulta que hay gente que me comenta una Escala de replans o algún libro que he publicado... Supongo que depende del carácter de cada uno.

Para la mayoría de autores nunca es suficiente, siempre desearían tener más eco...
—Y también siempre quieres escribir mejor. Yo siempre digo que lo que acabo de publicar es lo mejor que he hecho o que he podido hacer. En cada nueva obra vierto todos mis esfuerzos. Otra cuestión es que desde fuera se perciban esos esfuerzos...

De hecho, llega a afirmar que tiene eco en un ámbito tan reducido que le da vergüenza llamarse escritor.
—La realidad es que he tratado con los mejores escritores de mi época y es algo que me sigue fascinando: Brossa, Tomeu Fiol, Damià Huguet, pero también vivos, como Llorenç Capellà, Guillem Frontera o Janer Manila. Un síntoma de la enfermedad en la cultura es que, como parte del jurado de los Premis Pare Colom, veo que hay mucha gente mayor que se presenta a premios pequeños y deben de hacerlo por necesidad; es difícil encontrar una editorial que apueste por ti.

Entonces usted es un afortunado.
—Sí, no me quejo, pero esta enfermedad cultural es grave cuando gente de cierta edad no puede dar paso a los jóvenes para que tengan oportunidad de publicar. Por otra parte, creo que a los jóvenes se les tendría que poner un poco más difícil.

No es una opinión popular...
—No, pero lo veo así. Cuando era joven nos publicábamos muchas cosas, durante muchos años tuve que autoeditarme y no pasa nada. No digo que se escriba demasiado, pero sí que se publica demasiado.

El libro arranca y está impregnado de recuerdos de infancia, ¿querría regresar a épocas pasadas, tal vez sabiendo lo que sabe hoy?
—No querría regresar ni con esas. Lo vivido, vivido está. Nunca he tenido tendencia a mirar atrás. Todos tenemos la costumbre de volver al pasado, a nuestra infancia; está bien como ejercicio literario, pero ya está. Es obvio que no nos gusta envejecer, pero es ley de vida, no nos queda otro remedio.

Al fin y al cabo, han mejorado muchas cosas... ¿o no?
—Sí, pero lo que pasa es que cuando eres un niño a pesar de que te sucedan cosas malas no lo ves así, tienes esa inconsciencia o no eres consciente de ciertas cosas. De pequeño había gente que lo pasaba muy mal, pero de adulto no lo recuerdas como algo grave, sino incluso como algo anecdótico. Supongo que es porque los padres se esforzaban para que no lo notaras. Mi padre trabajaba en cuatro sitios diferentes. Trabajaba muchísimo, pero yo no me daba cuenta, la gratitud siempre es posterior.

Confiesa que siempre teme a que alguien lo descubra, como si fuera un fraude y representara un personaje. ¿No estamos todos interpretando siempre un papel?
—Todos fingimos, mostramos nuestra cara amable, necesitamos gustar a la gente, lo que ocurre es que nadie lo reconoce. No he conocido nunca a nadie que enseñe su peor cara. De todas formas, sinceramente creo que escribo bien, pero todavía no sé por qué escribo bien. Por eso temo que algún día alguien descubra que no escribo tan bien. Y cuando releo algo mío, me sorprendo para bien, pero luego me aterroriza no ser capaz de volver a hacerlo tan bien. No es tanto un problema de impostura como de sorpresa. ¿Se dará cuenta la gente de que no sé tanto?

Como siempre, habla mucho de enfermedad y muerte. Si le dijeran que puede saber cuándo morirá exactamente, ¿querría saberlo?
—No, porque no me quiero morir. Puede que escriba tanto sobre ello porque es un mecanismo de defensa. Y tampoco tengo intención. Podríamos escoger, pero cuando podemos hacerlo no queremos y cuando querríamos no podemos escoger. Llega un momento en el que la persona no tiene capacidad. El suicidio está vetado a personas que pueden cometerlo, no a las personas que quieren. Por otra parte, conozco a gente, ya mayor, que se deja morir, que se va apagando porque pierden toda esperanza.