El escritor y ensayista Ramón Andrés posó este miércoles en Palma para esta entrevista. | M. À. Cañellas

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En la todavía invernal mañana del mes de marzo, para muchos sería muy tentador sentarse en la única mesa bañada por el sol en la terraza del Hotel Born, pero Ramón Andrés pide que nos sentemos en cualquiera menos en esa. No le gusta mucho el calor al Premio Nacional de Ensayo en 2021 por Filosofía y consuelo de la música del mismo modo que sí le gustan la pausa, el silencio, lo resguardado. Andrés, no obstante, ha salido momentáneamente de su retiro pirenaico en el que vive para acudir a la primera jornada de Sa Nostra Conversa, que tuvo lugar ayer por la tarde en Ca’n Tàpera y en la que conversó con Adan Kovacsics sobre las Formas de la barbarie.

Parece que vivimos rodeados por una cacofonía constante, ¿somos incapaces de convertirla en una melodía?
El ruido que nos rodea es sinónimo de producción sin término y no estamos acostumbrados a esa melodía que menciona. Todo es aceleración. Cuando se habla de quietud y silencio se asocia al espiritual a la religión, pero no tiene por qué ser así, lo que ocurre es que la sociedad civil sigue en este río abajo desbordada por un capitalismo feroz y ensordecida de tal manera que no sabemos ni quiénes somos.

¿Cree que detrás de esa aparente cacofonía hay algún director de orquesta?
Creo que hay un acuerdo tácito y una complicidad entre los grandes capitales que saben cómo va a calar en la población su acción. Hemos perdido el estatus de ciudadano y nos han convertido en clientes y votantes obedientes. Esto no es de ahora, sino desde hace 30 años por lo menos con la compra de los medios de comunicación.

¿Cómo ve en este contexto el uso de las redes sociales?
Todo lo que hacemos, lo torcemos, es el destino de la humanidad. Las redes sociales debían ser algo extraordinario, democratizar el conocimiento, pero estamos en una situación de ignorancia realmente penosa. No soy contrario a la tecnología ni a la IA, el problema está en el uso. Mire lo que pasó en el siglo XVIII con las máquinas que debían liberar al obrero, pero solo sirvieron para esclavizarlo y producir más beneficios a los de siempre. Es una evidencia histórica. Lo que hacemos, por bueno que sea, nos esclaviza.

Esto lo comenta en un contexto en el que empresas grandes como Mercadona o Inditex alardean de los beneficios récords que consiguen anualmente mientras la gente vive cada vez peor y ni lo enmascaran.
Exacto, no hay máscaras y al contrario, supone un prestigio social. La gran banca, por ejemplo, no hace más que jalear sus beneficios cuando buena parte de la población vive en condiciones lamentables y las capas de pobreza se acumulan en España y Europa. Lo inquietante es que no hay una fuerza popular que se rebele, hemos sido reducidos a un coto de narcisismo y consumo en nuestro pequeñísimo bienestar y una aparente seguridad y esto nos hace muy frágiles.

Teniendo en cuenta lo dicho, el concepto de bárbaro, que siempre se ha referido a los extranjeros, ¿puede surgir en el interior de nuestra propia civilización?
Es una de las cosas que quería comentar, que lo bárbaro es lo extranjero y ahora nosotros construimos la barbarie dentro. No esperamos oleadas de asaltos de fuera, sino que los estamos creando nosotros por primera vez en la historia.

¿Qué salida queda?
Es triste, pero la adaptación. La humanidad siempre ha tenido que hacerlo y lo ha hecho bien y esto es lo que va a suceder. Tendremos otra sociedad, distinta, con sus cosas buenas y perderemos muchas otras. No creo en una revolución, esta devastación es imparable.

¿Hay algo que escape a esta dinámica de mercantilización total?
La rebeldía de cada uno escapa, la necesidad de silencio, la capacidad de vivir con poco dinero. A veces mis hijos me preguntan cómo hacer la revolución y yo les digo que viviendo con lo necesario. No es renuncia, sino sagacidad para no ser comprado día a día.

El mantra de que ‘el mundo se va a la mierda’, dicho de manera clara, ¿le parece acertado o siempre ha estado así?
Es común a todas las épocas, pero ahora se va a ese lugar que dice de forma más rápida. No solo tenemos capacidad de destrucción sino de autodestrucción y creo que lo que vamos a vivir en los próximos 20 años va a ser llamativo y tremendo.

Hay quien señala que vivimos un presente lleno de un futuro negativo, ¿tenemos que cambiar nuestra percepción de la temporalidad?
Si hiciéramos eso seríamos otra sociedad. El presente ha sido arrasado, se vive en función del futuro y tenemos la sensación de que estamos de paso en un presente muy pobre y todo está en función de ese futuro que es la muerte, por lo tanto vivimos muerte.

¿Cree que ponemos demasiado peso en la mochila de la cultura como herramienta para mejorar y cambiar el mundo?
No sabe cuánto me alegro de que me haga esta pregunta. Hay una entronización de la cultura que viene de la Ilustración y se la encomienda a salvarnos, pero no es así. Parece reaccionario y antidemocrático lo que voy a decir, pero no lo es y nadie debería asustarse por ello: no a todo el mundo le interesa la poesía de Rilke o un cuadro de Botticelli y no pasa nada por ello, lo importante es que todo el mundo tenga acceso a ello.