El escritor cubano Abilio Estévez, que vive en Palma.

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Abilio Estévez es un escritor cubano residente en Mallorca. Ha publicado siete novelas y más de una decena de obras de teatro. Sloper reedita ahora su libro Manual de las tentaciones, que fue galardonado con el Premio Luis Cernuda y Nacional de la Crítica cubana. Lo presentó recientemente en Palma.

¿Cómo nace el libro?
—Es un libro del año 1989. Con él gané el Premio Luis Cernuda primero, y luego el Nacional de la Crítica de Cuba. Se publicó primero en la Habana, pero cuando saqué las primeras novelas en Tusquets, la editorial decidió reeditarlo en su colección de poesía. Me pareció curioso ganar el Luis Cernuda, ya que el libro está inspirado en las prosas poéticas de Ocnos.

¿Qué podemos encontrar en este Manual de las tentaciones?
—Lo escribí en una época complicada que recuerdo no solo dificultosa, también muy bonita. Siempre quise escribir poesía pero los versos nunca se me dieron. Ese es el motivo de la prosa poética; no sabía escribir versos, pero eso intenté darle esta forma. El libro revela cosas de mí mismo. Intenté ser lo más honesto posible, intentando decir cosas que necesitaba decir, pero de forma tangencial. Hay una confesión de angustias que debía revertir y sacarlas de ahí a través de la literatura. También hay algo de confesión personal. Considero que el libro, en su concepción, está cerca de un dietario.

La prosa poética no suele ser muy habitual ¿Cómo fue recibido?
—En Cuba fue muy bien recibido. Se agotó en La Habana y a día de hoy cuenta con tres ediciones; una en Cuba y dos en España.

¿Qué hay en este libro del Abilio novelista y del dramaturgo?
—Me cuesta mucho diferenciarme novelista y dramaturgo. Siempre hay una corriente subterránea que los conecta y que tiene que ver con mi propia vida, con mis obsesiones y angustias. Simplemente en este caso intenté que la epifanía fuera más breve, por la propia exigencia de la prosa poética. Pese a eso, siento que Manual de las tentaciones participa de la misma sensibilidad que mis otros libros.

¿Qué le ofreció España a su literatura?
—España y Cuba no son países tan distintos. Para empezar hay una cosa fundamental; España me dio un idioma que me parece extraordinario, con una gran cantidad de matices y posibilidades. En mi país tenemos una cultura mezclada con la negra, que viene del golfo de Guinea, y la china, que llegaron a mediados del siglo XIX, pero la parte española es la que predomina. A nivel personal, mis abuelos eran españoles. Mi bisabuelo falleció en el trayecto de Galicia a La Habana. Murió en el barco. En mi familia existía una especie de mito fundacional que era España.

Vivió el mundo intelectual de la Habana, ¿pudo conocer a Virgilio Piñera?
—Virgilio Piñera fue una persona extraordinaria. Si tengo algún valor como escritor se lo debo a él. Me descubrió ese lado de la vida y de la literatura, ese ‘delicioso peligro’ como decía. Por aquel entonces yo estudiaba en la universidad. Tenía 21 años y lo de aquel hombre era increíble; vivía todo en la literatura. Una vida totalmente literaria. Eso fue lo que me motivó a ser escritor. Supe que era el camino. Y daba igual todo; se trataba de trabajar. Piñera, siendo un marginado socialmente, escribió ocho libros sin pensar en lectores ni en nada, solo concentrado en su tarea.

A Reinaldo Arenas también.
—No fui amigo de Arenas, pero estuve en su casa. Estaba escribiendo Otra vez el mar. Era un hombre muy interesante que hablaba con calma y con una gran propiedad.

Ha impartido talleres de literatura, ¿qué opinión le merecen?
—Que las herramientas son básicas. Trato de darles una experiencia personal. No hay nada dogmático en lo que les digo; es un estímulo y una posibilidad de como yo hago las cosas. Después, usted haga lo que quiera.