El artista asturiano Manu García (1994) realiza una residencia en La Bibi, ubicada en Establiments. | Pere Bota

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Fotografías e imágenes de arte antiguo y clásico o de un teclado se amontonan junto a pinceles sucios y botellas de aguarrás en la mesa de trabajo que se ha construido Manu García (Oviedo, 1994) en la residencia de la galería La Bibi, ubicada en Establiments.

Y es que García no concibe la pintura como algo lineal, nadie es tan ordenado y «tampoco la mente funciona así». Su trabajo, señala, es una suerte de «diario», donde muestra «muchas cosas que me ocurren en el día a día, de lo que vivo en cada momento o cómo me relaciono con el entorno. Voy recopilando todo».

En este caso, pues, tiene mucho que ver con su estancia en la Isla. «Es pronto para decir cómo ha afectado exactamente a mi obra, porque llegué hace apenas dos semanas y llevo aproximadamente un tercio desarrollado del proyecto», afirma. Sin embargo, hay elementos que son recurrentes, por ejemplo la «constante referencia a la pintura», a partir de la cual va generando diferentes capas, que van desde la pincelada y el estarcido hasta la pintura en spray. A partir de ahí va incorporando multitud de símbolos procedentes de la cultura pop, aunque también hay otras del «expresionismo, neoexpresionismo o el arte abstracto, también aspectos más barrocos o figurativo». El abanico, reconoce, es muy amplio.

Asimismo, «continuamente se producen situaciones contradictorias que necesariamente no tienen por qué estar enfrentadas». «Responde a una filosofía posmoderna que también se puede ver en las redes sociales, pues en un espacio corto de tiempo conviven situaciones muy contradictorias. A la vez, incluyo elementos publicitarios y pop, como motos, unas tijeras de podar, una motosierra o un tigre que le he robado a Rousseau», matiza, a lo que también se añade la cara del famoso saxofonista de jazz John Coltrane.

De hecho, García toca este instrumento en la banda Alberto & García. Con todo, el artista asegura que no se identifica con un estilo musical concreto, sino que sus referencias van desde la clásica hasta la salsa. «Cada día tiene un punto distinto y cada cosa aporta algo diferente. No me gusta tenerlo todo planeado, con un esquema trazado de todo lo que voy a hacer, me interesa más el cómo, justifica. «Intento que mi proceso de pintura sea lo más visceral posible, que nazca del estómago, sin preocuparme demasiado por si está mal o no. Es como cuando un niño dibuja un árbol, no se plantea si lo hace bien o mal, simplemente pinta por el placer de pintar», razona.

Eso no quiere decir, puntualiza, que no haya una reflexión en torno a sus creaciones, pero sí que persigue reflejar una mirada desprejuiciada del entorno, dando mucha importancia al juego y a la experimentación. De ahí que sus piezas rezumen cierto aire de inocencia. El resultado de esta experiencia se podrá ver en una inauguración que se abrirá el 24 de febrero.