Betty Ford, John Ulbricht y Gerard Ford, cuando la primera descubrió su retrato trazado por el segundo.

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Algunos presidentes de Estados Unidos han tenido alguna relación con Mallorca: Jefferson, cuyo cónsul en Baleares, Mr. Baker, por lo menos en 1809, le enviaba barriles de vino mallorquín; Nixon, que cuando era vicepresidente se bañó un rato en la playa de Illetes a finales de los cincuenta...; Carter, Bush padre, Clinton, a quien le gustó mucho la Cartoixa de Valldemossa; pero fue Gerard Ford y su mujer, Betty, quienes aceptaron que les retratara un gran pintor establecido en Es Caples, Galilea (y con casa también en la calle palmesana Santiago Rusiñol). Me refiero a John Ulbricht, que pintó con contundencia y mucho realismo ascético a Camilo José Cela (varias veces), Delibes, Aleixandre, Pla, Menéndez Pidal o al mismísimo Azorín, Miró, Robert Graves, etc.

Ulbricht nació en La Habana. De pequeño, su familia se fue vivir a Estados Unidos. Se nacionalizó norteamericano, estudió arte en Chicago, en 1954 viajó por Europa y en 1956 llegó a Galilea, donde encontró su «paraíso en la tierra». Comenzó en la abstracción, pero estando, a mediados de los sesenta, su mujer enferma en la cama y sin poder moverse decidió retratarla, y en ese preciso instante comenzó una serie de macrorretratos que lo convertirían en un artista muy solicitado por las altas esferas: «Pintar caras me fascina, son paisajes disciplinados», solía decir. Cela fue uno de los que más le animó a seguir por esa senda figurativa en cuya línea, digamos más suave y lírica, habría que incluir los retratos de Gerard Ford y de la primera dama de Estados Unidos.

Nada más abrir Pep Pinya la Galería Pelaires (1969), Joan Miró se convirtió en su apoyo más importante, propiciando, lógicamente, la internacionalización de su establecimiento. En 1973, Pelaires editó la Serie Mallorca de Miró, formada por 36 grabados originales, y Pinya fletó un avión desde Washington para que coleccionistas norteamericanos disfrutaran de la obra del pintor catalán. Uno de esos coleccionistas, Mr. Kramer, adquirió la serie mironiana pero con la condición de que el galerista mallorquín se la llevara en mano a Washington. Y así lo hizo.

Sucedió que en un restaurante de la capital de Estados Unidos estaban en la mesa unos comensales (había comenzado ya el caso Watergate), uno de ellos era Gerard Ford y de repente entró un personaje que dirigiéndoselo a Ford le dijo: ‘Nixon acaba de dimitir, tú vas a ser el próximo presidente’. Pep Pinya se dirigió a Ford y le dijo: «Cuando seas presidente conozco quien podría hacerle el retrato oficial a ti y a tu mujer», y Ford le tomó la palabra. Nixon renunció a la presidencia el 9 de agosto de 1974.

El 9 de agosto de 1974, Ford era ya presidente de Estados Unidos. Se acordó de aquel encuentro casual con el galerista mallorquín y decidió que alguien de su equipo se pusiera en contacto con Pep Pinya para poner en marcha lo del retrato. Muchos de los papeles de ese proceso tan burocrático, incluso un catálogo de Pelaires dedicado a Ulbricht, se encuentran en la Biblioteca Museo Gerard Ford (Michigan), administrada por el Archivo Nacional de Estados Unidos. Ya en EEUU Ulbricht y Pep Pinya, los servicios la Casa Blanca les recogieron en el aeropuerto de Dulles y los llevaron al hotel Cosmos, este hotel era el establecimiento donde se alojaban los dignatarios extranjeros y tenía una particularidad que durante la semana no podían entrar mujeres, el fin de semana sí estaba permitido, curiosamente casi todo el servicio estaba formado por mujeres de raza negra.

Pinya y Ulbricht estuvieron una semana en la Casa Blanca, desayunaban con la primera dama y luego se pasaban al despacho oval, donde Ulbricht hacía fotografías y tomaba apuntes de Gerard Ford, y por la Casa Blanca también hacía dibujos de la primera dama.

Pep Pinya, entre Betty Ford y el autor de su retrato, John Ulbricht
Pep Pinya, entre Betty Ford y el autor de su retrato, John Ulbricht.

Ya en Mallorca y trabajando en sendos retratos, Nancy M. Howe, secretaria de Betty Ford, le escribe a Ulbricht para que las fotografías que le hizo a la primera dama no salgan de su estudio. La prensa norteamericana, incluido The New York Times, comenzó a hablar de ese pintor que vivía en Mallorca y que había retratado a la duquesa de Alba, a Robert Graves, Joan Miró y Lord Mountbatten.
Todo el protocolo sobre los varios retratos de Ford y señora fueron controlados por Clement Ellis Conger, el responsable artístico de la presidencia. En enero de 1975, tras un exquisito bufé en el que pusieron sopa senegalesa y langosta al curry con arroz, y al que asistieron Kissinger y Nelson Rockefeller, y el top ten de la sociedad estadounidense, se inauguró solemnemente el retrato de la primera dama, que fue calificado por la prensa como «a relaxer poser». Pep Pinya figura en la lista de invitados a ese acto gastronómico: «Mr. Ulbricht’s agent, Pepe».

En abril de 1975, Ulbricht volvió a aparecer por la Casa Blanca ya con uno de los retratos de Ford, finalmente le hizo cuatro hasta que el presidente de Estados Unidos, que le mareó bastante, eligió uno de ellos y se quedó conforme, si bien el más espectacular fue el de su mujer, Betty Ford.