La traductora de Pollença Teresa Bauzà Bosch acaba de traducir para Quid Pro Quo 'Rudin', de Iván Turguénev, y 'Naturalesa', de Ralph Waldo Emerson. | Jaume Morey

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Teresa Bauzà Bosch (Pollença, 1995) acaba de traducir para la editorial Quid Pro Quo Rudin, de Iván Turguénev, y Naturalesa, de Ralph Waldo Emerson. La del autor ruso, «no tan conocido como sus compatriotas Tolstói o Dostoyevski», es una novela breve que supone «una crítica al ideal de hombre ruso, con un protagonista que es una suerte de antihéroe con el que lector empatiza rápidamente». En cuanto a Naturalesa, recientemente publicada, «es un ensayo precioso que ahonda en la relación entre hombre y naturaleza, que traza el camino para comprender cómo hemos llegado a este punto de alienación».

¿Traducir no es traicionar, sino escoger?
—Efectivamente. Traducir consiste en hacer la mejor elección, intentando ser lo más fiel posible a la obra original, para que no pierda su mensaje, pero también es intentar que ese mensaje sea coherente y se entienda en la lengua de llegada. Eso a veces es muy complicado porque tienes que hacer sacrificios o concesiones para que no se pierda la esencia del texto original.

El mensaje o la forma, que es especialmente importante en poesía...
—También, claro. Aunque yo nunca he traducido poesía, algo que de hecho me encantaría hacer porque sería un reto. Todo lo que es literatura me encanta. Me gusta mucho leer.

La traducción perfecta sería entonces la que ofrece un equilibrio de ego: la importancia de transmitir lo que el autor querría y, a la vez, hacer que su mensaje llegue de forma coherente.
—Sí, manejar el ego es importante. Reconozco que cuando un autor está vivo es más complicado porque puede que la opción que eliges no le agrade. Y, a la vez, puede que tu elección no sea la mejor para ti pero tienes que asumirla porque es la que gusta al autor en cuestión. También está la figura del editor, que te guía en ese proceso. Al final, en una buena traducción es más importante la lengua de llegada, que en mi caso es el catalán. En este sentido, creo que hace falta tener un buen conocimiento de esa lengua o ser nativo. Es incluso más fundamental que tener conocimientos de la lengua original.

Ha traducido del inglés, el ruso y el italiano. Imagino cuál es la lengua más difícil de este grupo...
—Sí, el ruso es la más complicada por lo diferente que es. Es una lengua eslava con un alfabeto distinto, pero su literatura es muy rica e interesante, de hecho, es una de las más importantes del mundo. Igualmente, también me atrajo por la cultura, por el país y su gente. Es una lengua que vale la pena aprender. Poder leer obras tan importantes en su lengua original es un placer y un privilegio.

¿Qué obra de la literatura rusa destacaría a nivel personal?
Ana Karénina. Es muy larga, pero es muy buena. Sin embargo, todavía no la he terminado de leer en ruso. Es bastante complicado y, además, la de Tolstói es una lengua más artificiosa y compleja. Por ejemplo, Rudin, de Turguéniev, tiene un lenguaje más simple, más de calle. En cambio, Tolstói es grandilocuente, solemne.

Siempre se ha dicho que leer, como viajar, expande la mente. Se podría añadir también traducir, porque implica meterse en la mente del autor...
—¡Y tanto que sí! Traducir nos abre la mente y es una muy buena manera de conocer otras culturas. La cultura de un país se refleja muy bien en sus libros y, si estos no estuvieran traducidos, no podríamos conocer todo eso. Así que traducir es esencial para el desarrollo social y cultural. Por otra parte, también es interesante tener a otros traductores como referentes. Una buena profesora, Dolors Udina, a quien debo haberme convertido en traductora, me dio una valiosa lección: para traducir literatura tienes que ser muy humilde y debes tener claro tu objetivo, si es que se entienda la obra en la lengua de llegada y piensas que haces una labor muy importante para tu lengua, o bien intentas expandirla para que esta llegue a más gente y no se pierda.

¿Los traductores sois también escritores?
—Primero soy traductora y, en un segundo plano, escritora. Es cierto que cuando traduces es inevitable dejar un poco tu marca personal. Hay una teoría que dice que el traductor tiene que ser invisible, pero es una utopía. Creo que está bien dejar alguna marca personal. A la vez, tienes que tener presente que no es tu obra, que no la has escrita tú y no puedes cambiar según qué.

¿Considera que los traductores están suficientemente reconocidos?
—Es una profesión un poco olvidada. Basta ver la teoría que antes comentaba. Mucha gente cree que una obra inglesa llega al catalán milagrosamente, sin pensar en quién lo ha hecho posible. Los traductores automáticos no sirven de nada, y menos en literatura. La Inteligencia Artificial me preocupa, pero no creo que nunca llegue a sustituirnos, pues hay algo, no sé muy bien cómo explicarlo, la manera de expresarse, los sentimientos o la emoción, que se nota cuándo lo escribe la IA o alguien de carne y hueso.