El escritor Pere Joan Martorell es colaborador de este diario. | Jaume Morey

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Muchos poetas rehúyen de hablar de poesía, especialmente de la propia obra. Sin embargo, Pere Joan Martorell (Lloseta, 1972) no solo no se muestra reticente a hacerlo, sino que se podría decir que está encantado. «No es difícil hablar de poesía. De hecho, la poesía forma parte de la vida o, como mínimo, me gusta pensar que es así. Es lo que decía Vinyoli de vivir poéticamente», razona el autor, que lo presenta este viernes por la tarde (19.00) en su pueblo natal Quimera (Lleonard Muntaner), título con el que, precisamente, regresa al panorama poético editorial después de seis años.

Martorell también reconoce que «el poeta tiene una mirada diferente sobre el entorno, las relaciones y el mundo general». No lo definiría, sin embargo, como una raza especial, pero «sí que tiene que haber algunos condicionantes especiales». «Miquel Àngel Riera decía que una persona normal y corriente, entrecomillas, diría ‘un canario amarillo canta’, pero una persona que se dedica a la poesía o se considera poeta diría ‘el canto amarillo del canario’. Al final, es una modificación de la realidad y del lenguaje», ejemplifica.

Hay, en definitiva, una pretensión estética «o la búsqueda de un punto de vista alternativo, que va más allá de lo que la mayoría puede ver». «Cuando voy de excursión a la montaña con los amigos, me suelo parar a contemplar cómo los rayos de sol penetran en los árboles. Entonces se quejan de que pierdo el tiempo, de que los hago avanzar más lentamente... Pero no es que pierda el tiempo, es justo al revés: lo estoy ganando porque veo una cosa que me gusta, que me impacta y hace sentir bien. Esa es la diferencia entre una mirada poética y una no poética», insiste.

Ese ritmo más pausado, pues, va a contracorriente de la sociedad hiperactiva en la que vivimos, marcada por los tempos frenéticos. De hecho, Quimera ha estado «madurando» durante seis años. «Mi modus operandi es siempre el siguiente: escribo a mano y en papel, luego lo paso a ordenador, lo dejo en un cajón y lo vuelvo a revisar, haciendo anotaciones sobre papel. Así, voy haciendo capas y capas de reescritura y corrección hasta que finalmente considero que tengo entre manos un producto que ya vale la pena». Con todo, el autor recuerda que, en este lapso de tiempo, ha publicado la novela La memòria de l’Oracle (Premi Mallorca de Narrativa 2017), el libro de cuentos L’art o la vida y ahora este poemario, Quimera. «La sequía ha sido más poética, pero creo que hay que evitar que los libros se pisen, darles espacio», justifica.

En cuanto a Quimera, Martorell lo define como «un canto al desamor». «La poesía romántica tiende a hablar, exaltar el amor y el enamoramiento, dejando de lado la otra parte del binomio: el desamor. Tradicionalmente, los poetas se han centrado en el amor», afirma. En este sentido, el libro reflexiona sobre el duelo y la expiación, porque habla sobre todo de la dificultad de las relaciones sentimentales y amorosas y, concretamente, de la ruptura y la separación».

«El duelo todavía tiene mala prensa. Hay que tener en cuenta que la sociedad mallorquina tiene un carácter introvertido, sufridor, que no expresa las emociones ni los sentimientos. Tenemos cierta vergüenza a manifestar la pérdida, el malestar y el sufrimiento. Afortunadamente, hoy en día la gestión emocional está más desarrollada. Todos los cambios en la situación personal pueden provocar sentimientos contradictorios y negativos, de ahí surge el duelo que, a su vez, tiene muchas vertientes», destaca.

«Unas generaciones atrás, podríamos llamarlo amor sólido. Luego, con Bauman, llegó el amor líquido. Ahora, diría que estamos en un amor gaseoso, etéreo, casi inexistente y menos duradero. Las relaciones han cambiado, hay más variedad: abiertas, poliamor... La frontera entre libertad y libertinaje es sutil a veces. Las redes sociales también han acelarado esos procesos, con más contactos que nunca. Resulta que hay tanto repertorio que uno va perdido, hay tantas elecciones que te puedes saturar», apunta Martorell, que es psicólogo de formación.

«Antes, nuestros padres o abuelos, tenían la voluntad de sufrir en beneficio de la familia y la pareja a pesar de las adversidades. Hoy en día, en cambio, se prioriza estar bien a nivel individual al margen de lo que pueda sentir la otra parte. De la fuerza en pareja se ha pasado al poder del individualismo. Por eso vemos que continuamente las parejas se rompen y se recomponen», declara.

Eso no quiere decir, avisa, que los cambios sean necesariamente malos. «Antes, por ejemplo, esa fortaleza familiar hacía que se vieran como normales situaciones de violencia. Pero hemos ido evolucionando y tenemos muy presentes que hay conductas que no se pueden tolerar», señala.

Por ello, en Quimera, el lector encontrará básicamente dos voces: «Una narrativa, con poemas más largos, decasílabos, que cuentan una historia de ruptura, que ahondan en la posibilidad que no ha sido. La otra, es una voz más íntima, individual y filosófica que habla de momentos y recuerdos, de sueños e ilusiones».

Si bien la principal acepción de quimera remite a una criatura mitológica, Martorell lo vincula a la «ilusión, como una utopía o imposible, al deseo y a la voluntad de experimentar y sentir». «Todo eso da sentido al título del poemario, donde la Quimera, en mayúsculas, se convierte en un personaje, un motivo esencial», concluye.