Rafael Adrover, en la galería Marimón de Palma. | Pere Bota

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Hacía más de diez años que Rafael Adrover no protagonizaba una exposición individual. Ahora, regresa al circuito artístico con Purity, una colección de siete obras realizadas para la galería Marimón de Palma (Can Serinyà, 5a) en la que el creador se entrega a la «búsqueda inconclusa de la belleza», algo que considera «revolucionario». La inauguración será este jueves 9 de noviembre, a las 19.00 horas.

En estos años, Adrover asegura que ha «cogido el bagaje y estructura más como persona que como artista», algo importante que, sin embargo, lamenta que se «subestima» en el mundo del arte, especialmente en estos tiempos de redes sociales «que nos obliga a estar constantemente presentes». Así, el creador insiste en que su discurso ha evolucionado, «probablemente más que si me hubiera quedado en el circuito, pues llega un momento en el que no tienes mucha salida y empiezas a autocopiarte y todo está lleno de condicionantes».

Ahora, en la Marimón, ofrece una propuesta que rompe con la «idea errónea de que el arte figurativo perdió el sentido con la fotografía» y remite a esa incansable búsqueda de la belleza que han perseguido tantos artistas a lo largo de la historia y que, sin embargo, Adrover considera «un objetivo casi revolucionario» en un «mundo escabroso» y condenado al «feísmo».

Y lo hace a través de siete –el número predilecto de Adrover– retratos de chicas jóvenes cuyos rostros son anónimos, creados a partir de imágenes de internet y de «conocidas de algunos amigos». «El problema de internet es que no encontraba ninguna adolescente sin maquillar, algo muy sintomático de la sociedad en la que nos encontramos. En este sentido, fue todo un reto reflejar esa tríada de pureza, verdad y belleza». Con todo, Adrover puntualiza que «no guarda ningún matiz sexual, ni siquiera virginal, pero sí de pintura religiosa que, por otro lado, nunca ha sido renovada».

Por otra parte, la palabra Purity aparece justo en medio de todos los rostros, como si de un eslogan se tratara, algo que recuerda al vínculo de Adrover con el diseño publicitario. «No podemos ignorar los tiempos que vivimos, determinados por el márketing. En mi caso, lo uso en un doble sentido: la posición en dos planos crea una sombra sobre la imagen que refuerza la idea de fumato, y luego está el tema de las ninfas y el mundo onírico que pintaban los neoclásicos. Toda esta bruma que las envuelve puede remitir a muchas cosas, también a la espiritualidad, pero buscaba captar esa bruma como el símbolo de la belleza como algo inalcanzable».

Finalmente, a los pies de estos retratos, Adrover coloca unas flores artificiales encapsuladas, algo que concibe como un «atrevimiento». «Es una exposición aparentemente inofensiva, pero con un mensaje políticamente incorrecto, pues va a contracorriente de lo que ahora está de moda. Las flores también representan esa pureza objetivamente hermosa. Yo mismo soy una víctima que está en estado de alerta de no caer en lo kitsch».