Carlo Padial acaba de publicar 'Contenido' (Blackie Books). | Ramón Peco

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Tras ahondar e ironizar sobre el mundo del psicoanálisis en Doctor Portuondo (Blackie Books, 2017), que él mismo adaptó en 2021 a formato serial junto a Filmin –plataforma codirigida por el mallorquín Jaume Ripoll–, Carlo Padial (Barcelona, 1977), regresa a Mallorca a través del personaje de su nueva novela: Contenido (Blackie Books). El también director de cine y guionista profundiza esta vez en el delirante universo de las start-up digitales. El protagonista de la historia, Moisés, es un mallorquín con problemas de conducta que se crio en un cámping, que resultó ser una secta, y que recogía comida caducada de los contenedores de Porto Pi. Además, sus primeros pinitos como realizador audiovisual los da en Can Picafort. Ya en Barcelona, se ve envuelto en otra secta disparatada: una empresa emergente (Zenfire) que nadie sabe explicar muy bien de qué se trata.

¿Por qué Mallorca?
Desde el principio tuve claro que el protagonista se iba a vivir a Barcelona desde una isla y enseguida pensé en Mallorca. Vivo en Barcelona y conozco a muchos mallorquines que han venido aquí a estudiar o a trabajar, sobre todo en el mundo cultural. Por otra parte, también tengo una fascinación muy rara y curiosa con la Isla, por los libros, las películas y también los amigos que tengo allí.

¿Y por qué eligió ese origen del protagonista?
Quería hacer ese juego casi cómico de alguien que entra en una secta digital, pero que, en su infancia, ya estuvo en una. Eso me daba pie a representar algo que es importante en este libro: la sensación de que no hay escapatoria posible en este mundo. Me parecía muy potente el darte cuenta de que más allá de esta start-up chiflada y rara, todos estamos metidos en este negocio sucio de los contenidos, en este vacío. Ese desengaño es muy generacional: el sentir que te habían prometido un montón de cosas del presente y luego ves que has caído en una trampa vital y laboral muy grande...

Afirma que «en Mallorca solo hay borrachos, galeristas millonarios en casas escondidas, famosos despistados, tipo Grace Jones, Susan Sarandon o Michael Douglas, y un turismo de quinta categoría que se pasea por el barrio del Arenal buscando peleas y prostitutas a buen precio». Parece que se ha documentado...
Como decía, tengo un vínculo especial con la Isla y sí, siempre he tenido esa voluntad documentalista, no solo en los libros, sino también en mi trabajo audiovisual; de interrogar a la gente. Lo que digo en la novela es una colección de cosas que me han dicho o he oído, sean más o menos ciertas. En los últimos años he veraneado en Menorca, pero es un sitio que, a pesar de ser muy bonito, no me llama nada la atención. En cambio, Mallorca sí, porque hay una especie de conflicto interno muy interesante. Muchos mallorquines que conozco expresan esa ambivalencia de amor y crítica.

En Contenido ironiza esa precariedad cool de la «generación de la 'totebag'».
Es un libro que he estado pensando durante diez años, periodo en el que he trabajado en varios proyectos digitales, en PlayGround o en Grupo Zeta. Lo he escrito desde un sentimiento muy concreto: el desamparo frente al presente, ese entrar en un espacio con sensación de promesa casi utópica de construir algo nuevo. Muchos jóvenes que no tenían un espacio en el mundo antiguo o tradicional vieron lo digital como un lugar donde experimentar la creatividad, como una posibilidad de refundación. Pero, a medida que el libro avanza, uno se da cuenta de que es igual que siempre o incluso peor.

Porque hay una exigencia desmesurada y delirante de creatividad...
Sí, en el centro está esa exigencia máxima de creatividad, que desemboca en el agotamiento creativo, en la adicción a las ideas que hace que todos estemos destruidos y desquiciados, medio paranoicos. En mis libros siempre busco poner de relieve las contradicciones de ser adulto. En este caso es una vertiente más cultural que apela a todos los que nos dedicamos a generar contenidos, que es una palabra horrible. En este mundo no importas nada, solo que generes contenido, que luego va a un gran vertedero, que es la cultura de hoy en día, donde todo se pierde y engulle el presente rabioso.

El jefe de Moisés en Zanfire se llama, curiosamente, Israel de la Plata. ¿Casualidad?
En el libro sobrevuelan ciertos apuntes religiosos, de fanatismo, por cómo nos lanzamos a esa extraña conquista de la fiebre de oro digital.

Moisés satiriza el mundo cultural de Barcelona, donde lo importante es ir a exposiciones para que los demás vean que estás allí. ¿Es extrapolable a otras ciudades de España?
Totalmente. En España se comete mucho el error de querer importar tópicos de Silicon Valley, pero aquí no hay nada que se le parezca. Todo está marcado por la precariedad y la falta de fundamento. Sé de primera mano que todo esto es muy cutre, no hay inversión. Es una mirada propia de una película de Berlanga o Buñuel a un medio de comunicación de hoy.

¿Cree que el mundo cultural español tiene poco sentido del humor y le cuesta reírse de sí mismo?
La cultura española es muy conservadora, excluye el humor y, sin el humor, que para mí es sinónimo de inteligencia, no hay nada. Existe cierto reparo a incluir el humor por miedo a que la gente no se lo tome en serio. Puede que incluso suceda más en el mundo literario, que refleja solemnidad.

Al final, Netflix decide hacer una serie sobre esta historia, protagonizada por Santi Millán y Úrsula Corberó. ¿Le gustaría que sucediera con Contenido? ¿O preferiría Filmin?
Soy un fanático de Filmin, no solo por Doctor Portuondo, sino por lo que representan. Lo sorprendente es que antes de saber de qué trataba El cuerpo en llamas, que todavía no he visto, el cartel con Úrsula Corberó me hacía pensar que era muy parecido a Contenido. En el libro hay ese juego divertido en el que el contenido permeabiliza todo, se asimila y desmonta, y es interesante cómo Netflix hace lo mismo. La gente se ríe de start-up fallidas tipo Zenfire, pero nadie se ríe de Netflix, que ha generado un espacio distópico, lleno de embriaguez.