Lorenzo Santamaría en realidad se llama Llorenç Rosselló Horrach. | Jaume Morey

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Comenzó a foguearse mirando de reojo a Jim Morrison, hoy su voz de 77 años aún se escucha limpia balanceándose con el toque justo entre las letras. Con ella arma un repertorio que destila el amor y su ausencia, ya saben... aquello que se desea y al mismo tiempo nos enloquece. Cante en español o en mallorquín, nada de lo que diga nos resulta ajeno. Y ahora se va pero se queda. Es un poeta, y los poetas nunca se van de los corazones de quienes los han cantado. Lorenzo Santamaría, una voz de mar y de tierra, se despide de los escenarios mallorquines esta noche en el Auditòrium de Palma, a partir de las 20.30 horas.

¿La vida es aquello que pasa mientras se hacen otros planes planes?
La vida me ha pasado muy rápido, he disfrutado y me he equivocado, y como Sinatra no me arrepiento de nada.

Irrumpió con la contundencia lasciva de Jim Morrison y se va con la elegancia seductora de Sinatra. ¿Qué ha pasado por en medio?
Muchísimas cosas, ha habido éxito y altibajos.

¿Se retira porque, como Serrat, teme acabar como un juguete roto sobre el escenario?
La frase es perfecta, quiero que el público vea que en mi retirada aún estoy en forma.

¿Cómo imagina sus ‘cuarteles de invierno’?
Pues mira, lo que me gusta de Mallorca es el invierno, estar al sol tranquilo y sin turistas, aunque ahora siempre hay.

¿Qué ha cambiado más en estos años: Lorenzo Santamaría o España?
Lorenzo Santamaría no ha cambiado mucho, tengo los mismos principios y me adapto a lo que hay, ha cambiado más España.

¿El escenario es la droga más dura o, como cantaba Antonio Vega, es ‘el sitio de mi recreo’?
Es una droga. Y te diré que cuando empecé con los Z-66, por mi forma de cantar y moverme, la gente decía que estaba drogado, pero solo tomaba naranjada, mi droga es el escenario.

¿Se va con todas las expectativas cumplidas?
Me hubiera gustado hacer más discos en mallorquín y ser reconocido en ese sentido, pero es un tema puramente sentimental.

¿Cómo recuerda aquella España en la que el rock and roll se abría paso entre la ranchera y el pasodoble?
La recuerdo perfectamente, escuchábamos Radio Andorra y Radio Pirenaica, emisoras que ponían música en inglés, me descubrieron otro mundo.

Los Z-66 fueron seleccionados como teloneros de Jimmy Hendrix para su concierto en el Sgt. Peppers, aunque finalmente no tocaron ni una nota. ¿Llegaron a cobrar aquel desorbitado caché de 3.000 pesetas de la época?
En parte, Mike Jeffries nos pagaba cada mes una cantidad para que tocásemos de teloneros de sus grupos. Hendrix tocó solo y nosotros lo hicimos al día siguiente con él entre el público, yo estaba cagado porque hacíamos un par de versiones suyas...

Tras la disolución de los Z-66 se le acusó de ablandar su sonido…
Exacto, te explico qué pasó: en aquella época al entrar en una multinacional tenías que cantar lo que ellos creían que vendería. Y si luego tienes mucho éxito es difícil volver a rock.

Además de talento, ¿es importante la suerte?
Naturalmente, pero la suerte no es algo que buscas, sino que encuentras.

¿Alguna vez deseó otra vida?
Nunca, siempre me he sentido muy querido y arropado.

Teme que al bajarse del último escenario le sobrevenga la pregunta: ¿y ahora qué?
No, será complicado pero seguiré adelante.

‘Amargo como el vino del exiliado, como el domingo del jubilado‘ cantaba Sabina, ¿cómo serán los domingos del jubilado Lorenzo Santamaría?
Todos los jubilados que conozco están superocupados, solemos dejar muchas cosas para la jubilación y luego se amontona el trabajo y no llegas a todo.

Si observa por el retrovisor, ¿cuál fue su mejor época?
Finales de los 60, no tenía fama ni dinero, solo quería cantar y disfrutar, y lo tenía.

¿Hablamos de la peor?
En los 80, cuando irrumpió en el mercado una nueva hornada de cantantes rubios y ‘guaperas’, fue jodido porque en esa época tenía un show cojonudo y las fans comenzaron a interesarse en otras propuestas.

¿Sus letras han sido un reflejo de su vida?
Solo las que escribí en mallorquín, el resto es puramente canción comercial.

Cuando caen las ventas, un artista corre el riesgo de convertirse en una parodia de sí mismo, ¿cómo lo sorteó manteniendo a flote su dignidad creativa?
No tiene tanto que ver con la música como con tu carácter. Siempre traté de seguir una línea coherente.

¿Cómo ha ido la gira por las Américas, dicen que es el público más cálido y entregado?
La gente es muy sentimental, va la madre y la hija, es muy gratificante.

En una fiesta en casa de Pablo Escobar, el narco obligó a José Luis Perales a cantar quince veces ‘¿Y cómo es él?’, ¿tiene alguna anécdota más jugosa?
No (risas). También me han invitado a grandes haciendas en Colombia y ya te puedes imaginar quién iba. Yo nunca fui salvo una vez que asistí a una pequeña fiesta en una urbanización con mucha seguridad, nunca he visto tantas ametralladoras.

¿Por qué seguir haciendo discos en un mundo donde la música se consume cada vez más fragmentada?
Es la pregunta que siempre me hago. Los mismos que crearon la industria discográfica son los que se la han cargado con el tinglado actual…

Desde niño, cuando jugaba con los juveniles del Inca, ha sido muy futbolero, ¿cómo vivió el clásico del sábado?, los Stones no nos dejaron mucha ‘satisfaction’…
Pues no… acabé muy enfadado, el Madrid siempre hace lo mismo...

¿Escuchó el parlamento de Valtonyc en su regreso a Sineu, enfundado en la zamarra blaugrana?
¡Fue acojonante!, me hizo muy feliz su regreso. Cuando se fue no tenía una gran audiencia y ahora lo han hecho famoso, les ha salido el tiro por la culata.

¿Qué opina de la amnistía?
Se ha demorado porque hay muchos intereses políticos. La política es muy jodida, te llevas muchas decepciones.

‘La ultraderecha es mala para el ser humano’, ¿coincide con el diagnóstico de Miguel Ríos?
Totalmente. Aquí en Mallorca estos tíos quieren arruinar nuestra lengua, ¿por qué?, que me den una respuesta…

¿Sabe que con estas últimas preguntas vamos a recibir de lo lindo, no…?
Me da lo mismo lo que piensen, no se puede agradar a todos.

Cambiemos de tercio. Un concierto imborrable fue…
Ray Charles en Tito’s. Tío, lloré de emoción.

¿Usted es su peor crítico?
Sí, a veces me dicen ‘has estado fantástico’ pero necesito pensarlo yo. Y yo casi nunca quedo contento conmigo mismo.

¿Es de los que dice ‘te quiero’ o de los que lo demuestra?
No lo digo mucho, y tampoco lo demuestro tanto como quisiera, el carácter mallorquín es mucho de guardarse cosas dentro.

¿Dónde se ve disfrutando su Negroni el próximo verano?
(Risas) Soy un culo inquieto y no me veo en una hamaca con ese Negroni...

¿Tiene preparada alguna sorpresa para el público que acuda a despedirle esta noche?
Habrá seis invitados, no puedo decir más. Quiero impresionarles, que salgan como zombies.

Punto de vista
Xavi Solà

Profetas, latidos y neones

Xavi Solà

Jim Morrison, el hombre de los pantalones de cuero, admirador de los poetas malditos franceses, nos dejó en 1971. El mismo año que Lorenzo Santamaría publicaba su primer sencillo, Canto al amor, un corte que pasó inadvertido entre el público, incapaz de entender su sofisticada adaptación de la octava sinfonía de Schubert. No tardó en despuntar su pop melódico con tendencia baladista, para entonces muy alejado de sus preceptos originales. «La discográfica me hizo cambiar de sonido», reconoce el artista. Lo cierto es que, por mucho que su Dios fuera Morrison y él quisiera ser su profeta en la Tierra, no le ha ido mal. La música no entiende de géneros ni de modas, solo del latido del corazón, y con su biorritmo creó Para que no me olvides, Si tú fueras mi mujer y un puñado de himnos que, como la Navidad, siempre regresan.

Ha cantado sobre el amor, el deseo, la esperanza y el dolor, y todas esas historias se las cantó a un mundo de extraños como si fuera su grupo de amigos. Porque Llorenç Rosselló –Lorenzo Santamaría para el mundo– sabe llegar al corazón de sus oyentes. Su carisma envuelto en un talento único lo convirtió en una estrella de la música popular, en el primer sex symbol mallorquín; pero también en el tipo que cuando vinieron mal dadas supo rehacerse con la misma soltura con la que seducía a su audiencia.

Como cantante fue un estilista, aceptó la modernidad en su provecho, hasta que la modernidad le pasó por encima como demoledora ley de vida. Su timbre suavemente dorado, su manera de respirar la melodía y su elegancia natural fueron claves en su idilio con el público, pero también el manejo de los silencios, una herramienta valiosa en su expresividad que le ayuda a interpretar con más dramatismo.

Si reparan en sus portadas más vintage, en la mayoría luce un rostro adusto y felino, con esa expresión de que todo le ha ocurrido la noche anterior, como a un moderno Rodolfo Valentino. Y es que su imagen, que también asomó por el cine, ofrecía el destello melancólico de una ciudad vacía en la madrugada, de la penúltima copa cuando están a punto de cerrar los bares y se desmayan los neones.