El comisario Francesco Giaveri junto a Ian Waelder. | Jaume Morey

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La memoria, las huellas, la herencia familiar, los recuerdos. El artista Ian Waelder ha construido en el Espai D de Es Baluard Museu d’Art Contemporani un recorrido a través de los mismos en el que se unen la fotografía, la escultura, el vídeo y los materiales desechados que dialogan entre ellos mismos para trabajar una poética que danza entre lo accidental, lo desechable y lo frágil en un ambiente ‘en construcción’. La muestra, que se inaugura esta tarde, a partir de las 19.00 horas, se titula Even in a language that is not your own (en castellano, Incluso en un idioma que no es el tuyo propio), y se nutre de signos personales capaces de sustituir los significados de palabras convencionales.

El propio artista presentó a los medios esta muestra junto al comisario Francesco Giaveri. Ambos han ideado y trabajado para crear un itinerario que se puede explorar libremente por parte del espectador, a quien los responsables de la propuesta invitan no solo a aportar sus propias interpretaciones, sino a interactuar con los materiales y los recovecos de la exhibición, ya que los elementos que existen en ella, montados a modo de laberinto, apelan al espectador de forma extraña, poco convencional, para desplazarle hacia una experiencia diferente.

Felicidad

«Estoy muy feliz de poder exponer aquí porque me he criado en Mallorca», confesó Waelder quien añadió que «el proyecto tiene que ver con la memoria que he desarrollado con varias ideas», desde el propio vídeo, la fotografía, la melodía de un silbido fruto de una improvisación al piano de su abuelo, además de materiales corrientes como el cartón, que sirve de muros, el yeso, la cerámica e incluso alguna zapatilla.

El resultado es un entorno que parece estar en construcción, como la propia memoria, y en el que en los lugares más insospechados están situados objetos de fuerte simbolismo no solo en la propia biografía de Waelder, sino también en su historia familiar reciente y no tan reciente a modo de pistas sutiles, como el hecho de que su abuelo, mencionado anteriormente, tuviera que huir de Alemania en los años 30.

Sin palabras, pues, pero con una gran carga semántica, Waelder trabaja «la porosidad» y, curiosamente, se aprecia el hilo conductor que conecta con su época como skater, algo que él mismo destaca, y que no solo se ve en el uso del vídeo, algo que lleva haciendo desde que patinaba, o las zapatillas utilizadas, muy típicas de los que practican este deporte, sino también en el roce mismo y el contacto con los objetos y las superficies como manera de dialogar y expresar con a través de ellos. Por ejemplo, al final de este laberinto, justo antes de salir del mismo, se invita a los visitantes a acercar sus rostros para mirar a través de una mirilla: «Haciendo que se acumulen las caras en la pared, lo que creo le da un buen cierre».

Es, en definitiva, un «espacio para estar, para dedicarle un tiempo, y en la que hay una carga extra por el vacío y por dejar espacios al azar para ver qué te encuentras».