El escritor Víctor Gayà posa con su nueva novela, 'Cabres' (Nova Editorial Moll). | Teresa Ayuga

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Claudi Milà decide experimentar la soledad en el corazón de la Serra de Tramuntana durante cien días –aunque en realidad son tres meses–. Allí, en la «dignidad del aislamiento, pretende escribir la «obra definitiva», pero, lejos de encontrar la soledad, estará acompañado de cerca por cabras salvajes. Esa es la trama de Cabres (Nova Editorial Moll), la nueva novela de Víctor Gayà (Palma, 1952), que presenta este jueves por la tarde, a las 19.00 horas, en la librería Drac Màgic (Palma). Lo hará acompañado de Jaume Mateu y Aránzuzu Miró -que firma el prólogo del libro-.

El eje fundamental de la novela es la soledad y «su dignidad». ¿Qué quiere decir con esa soledad llevada con dignidad?
—Cuando uno está solo en casa no tiende a vestirse, sino que suele ir en pijama o en bata, como si no hubiera nadie más en el mundo. La idea del protagonista, en cambio es mantener la dignidad como si permanentemente estuviera en presencia de alguien más. Todo eso desde un punto de vista externo. Después está la parte más filosófica que trata de mantener esa dignidad. Eso que alguien podría decir de ‘si no me viera nadie, yo lo haría’. Pero cuando te encuentras solo en medio del bosque, ese mantener la dignidad hacia ti mismo al final es una réplica: lo haces por tu yo externo, en realidad es una proyección y visto así es narcisista.

¿Usted sabe estar solo?
—Sí y, de hecho, lo necesito. Trabajé como psicólogo en un colegio durante muchos años, pero al mismo tiempo también estaba en la meteorología en medio de la pista del aeropuerto en lo que era una soledad entre todo el barullo. También siempre me ha gustado mucho caminar solo. Como me decía un buen amigo: para salir a caminar sin perder la soledad tienes que ir con alguien con el que tengas tanta confianza que no te molesten los silencios. Para mí eso nunca ha sido un problema, al contrario. Necesito un espacio de soledad de vez en cuando.

Y, en general, ¿sabemos estar solos?
—Hay dos clases de soledad: la querida o voluntaria y la que no. El protagonista quiere soledad. De hecho, él no es solitario, al contrario, es un idealista que no toca demasiado con los pies en el suelo. Luego, cuando llega a la cuarentena, se estabiliza un poco y busca la soledad como experiencia y con una idea medio explícita de escribir un libro.

El libro «que haga innecesario escribir otro más». ¿Hay dos tipos de escritores: los que defienden esa obra definitiva o los que esperan escribir muchos títulos y que cada uno sea mejor y más original que el anterior?
—Si te pones a escribir tarde, a los 40, como también fue mi caso, supongo que no tienes tiempo que perder. Necesitas saber quién eres y hacer algo que sirva como carta de presentación. Claudi hacía poesía con los amigos en la Serra, medio colocados, pero llega el momento en el que querría recuperar ese espíritu de creatividad. Querría escribir ese libro definitivo porque no quiere ser escritor. La otra tendencia, de ir publicando y hacer una especie de carrera, a él no le interesa. Él quiere escribir algo que le permita olvidarse de escribir.

¿Comparte ese punto de vista con él?
—No comparto casi nada con Claudi, tal vez solo la pasión por la Serra de Tramuntana. Es un hombre que se deja llevar mucho. Es muy ingenuo y esa ingenuidad desencadenará un momento crítico. Desde el principio hay una tensión entre el personaje y el entorno, que lo acapara, con sus presencias y ruidos. Porque en el bosque no hay silencio en absoluto: una hoja que cae, una oveja, las cabras...

Las cabras son también grandes protagonistas de la historia.
—Son el elemento animal más representativo y vivo de este entorno. Para él, que es un urbanita aunque se empeñe en negarlo, las cabras remiten a ese aspecto más salvaje y, sobre todo, incontrolable que sufrirá durante toda la novela. Las cabras, de hecho, son las que provocan un punto de inflexión en la historia. Uno de los temas subyacentes es cómo una persona normal y corriente se puede ver involucrado en una serie de acontecimientos que le superan. Porque no sorprende que estas cosas sucedan a alguien que se suele meter en líos, pero no es su caso. Y, a pesar de todo, la fuerza del destino lo conduce a algo completamente diferente a lo que se había planteado.

¿Qué quería transmitir con esta novela?
—Normalmente siempre tengo un ensayo pensado detrás de una novela o un poemario. Aquí la idea era la soledad. Pero claro, en una narración tiene que haber conflicto y tensión, porque sino sería una descripción. Mi idea primigenia era el de una persona que se va a experimentar la soledad. Puede que algún día haga el ensayo de eso.

Hay quien dice que en esta sociedad hiperconectada nos encontramos más solos que nunca.
—De hecho la mujer del protagonista le echa en cara que vaya a buscar la soledad a la montaña cuando la puede experimentar mejor en una ciudad.

¿Cómo definiría la soledad?
—La sensación de no estar pendiente de otro, en buen y mal sentido. Porque el odio y la estimación necesitan a alguien, un objeto, sino no existen. El hombre es un animal social, pero nacemos desvalidos. De los animales, somos los que nacemos más desvalidos. Un bebé, si lo dejáramos en el suelo sin atención, no sobreviviría. Eso crea vínculos con la madre y con el entorno y, por lo tanto, la socialización. A partir de ahí se experimenta el placer de estar con la pareja, con amigos. Y eso hace que mucha gente no sepa estar sola.

¿Qué destacaría de Cabres?
—Hay una pretensión literaria, casi poética, más allá de contar una historia. Y esa pretensión poética dentro de la novela negra es poco habitual. Creo que es mi novela más poética. Tienes que poder coger una página al azar y que te encuentres con cosas interesantes, no tanto por la historia como por el lenguaje.