Cristina Campos fue finalista del Planeta con ‘Historias de mujeres casadas’. | Planeta

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Con su primera novela, Pan de limón con semillas de amapola, Cristina Campos (Barcelona, 1975) se convirtió en una autora superventas. Su segunda, Historias de mujeres casadas, quedó finalista del Premio Planeta 2022. La primera llegó a la gran pantalla de la mano de Benito Zambrano –se rodó en plena pandemia en Valldemossa– y ahora está escribiendo el guion de lo que será una serie de seis capítulos de este último título junto a Carmen Fernández. Se estrenará en una plataforma, aunque Campos no puede dar más detalles. La presentará esta tarde, a las 18.00 horas, en la Fira del Llibre de Palma.

¿Cómo encaró esta nueva novela, que llega tras el éxito de Pan de limón con semillas de amapola?
—Han pasado casi seis años desde que escribí Pan de limón y realmente lo planteé como un ejercicio de introspección y de autoficción que nunca pensé que llegaría tan lejos. No tengo miedo al papel en blanco, simplemente empecé a escribir mis sentimientos, mi matrimonio, y así empezó todo. En esta nueva novela hablo de la intimidad, de la sexualidad femenina.

En todo caso, ser finalista del Planeta también es garantía de que la obra tendrá visibilidad.
—Sí, pero también es verdad que hay grandes fracasos. No siempre el jurado acierta con lo que quiere el público. En mi caso parece que sí porque ya va por la sexta edición y ha vendido más de 100.000 ejemplares. Al final, es un premio comercial, hay otros más literarios. La aportación económica es bastante generosa. Aunque tengo que decir que de los 200.000 euros por ser finalista un cuarenta por ciento se va a Hacienda. Y eso que estuve tres años sin ingresar nada.

Parece que la fama no la ha cambiado.
—Es que la fama me ha llegado a los 47 años después de mucho fracaso anterior y mucho camino. También es verdad que los escritores no tenemos la exposición mediática que, por ejemplo, tienen las actrices. Somos gente muy normal que ha pasado mucho tiempo sola.

Pan de limón está muy vinculada con Mallorca, concretamente Valldemossa, y en esta nueva obra aparece Formentera. ¿Es una enamorada de las Islas?
—Aquí [en Barcelona] voy mucho a la Costa Brava, pero no me aíslo del todo. Para mí, irme a las Islas es desconectar de verdad. Además, tengo un muy buen amigo de la infancia que es fotógrafo y vive en Esporles, Marc Mormeneo, que de hecho fue quien me descubrió Valldemossa. Gracias a él existe Pan de limón. Antes de eso sólo había rodado un anuncio de publicidad alemán y hace casi veinte años que no voy a Formentera.

Cuando fue proclamada finalista del Planeta dijo que «escucho mucho a mis amigas y sé guardar secretos. El deseo real de las mujeres casadas me parece un tema hermoso del que se habla poco».
—Siempre digo que he logrado ser finalista del Planeta no por ser una gran escritora, sino por hablar de la verdad, por no tener pudor, por ser generosa... Una mujer de mi edad no busca un buen cuerpo, porque a estas alturas nuestros cuerpos ya no son bonitos, sino que busca una alma bonita. La vulnerabilidad del hombre frente a la belleza femenina a veces me decepciona. Porque ellos sí buscan un cuerpo bonito. Como decía el personaje de Eusebio Poncela en Martín (Hache): «Yo me follo a las mentes, no a los cuerpos». Las mujeres hacemos el amor con la mente. Otro tema interesante es que el ser humano se enamora con el cerebro, no con el corazón.

¿Y por qué cree que no se habla del deseo de las casadas?
—Por pudor, porque, al final, te expones y te desnudas delante del lector. Cuando hablo de cómo acaricia la mujer su cuerpo, no pregunto a mis amigas cómo se masturban, sino de cómo lo hago yo. Es algo que hacemos todos, pero cuesta mucho hablar de ello. Tengo la sensación de que se habla mucho del sexo, pero muy poco de la intimidad, sobre todo en pareja.

Una podría pensar que hay poca aventura en la rutina de un matrimonio, especialmente cuando se llevan muchos años, ¿estamos equivocadas?
—La novela defiende el matrimonio a pesar de todo. Pero en un matrimonio de veinte años, los tres primeros son de amor pasional y luego vamos tolerando las decepciones del otro. Por otra parte, es en el matrimonio y en la familia donde hay conflicto, no en los noviazgos. Y, sin conflicto, no hay historia. Como decía, en la novela se defiende el matrimonio. Gabriela y su marido se quieren mucho. Él es estupendo, pero un día se cruza con otro. Los hombres interesantes no dejan de existir porque te cases.

El amor a veces no es suficiente y no tiene por qué estar relacionado con el deseo, con el sexo. ¿Cómo lo ve?
—Idealizamos el amor romántico en la literatura, en el cine y en el arte en general. Por eso funcionan tan bien las novelas eróticas de Megan Maxwell que cuentan barbaridades que salen de la rutina conyugal.

¿El deseo fuera del matrimonio es tabú, es un estigma?
—El deseo sexual de una mujer casada se desvanece. Es un hecho, no un estigma. Y no creo que tampoco lo sea a estas alturas. Fíjate que yo he ganado un premio por decirlo y no he descubierto nada nuevo, es algo evidente.

¿Cree que es posible amar a más de una persona a la vez, sea hombre o mujer?
—Gabriela no es capaz de amar a su marido y a su amante. Para una mujer es difícil mantener una doble vida, para un hombre no. El Cigala lo explica mejor en siete líneas de la canción Corazón loco que yo en cuatrocientas páginas.

La novela es un alegato a favor de la amistad. ¿Le damos suficiente importancia cuando tenemos cierta edad?
—Las mujeres sin amigas me dan pena. Para mí la amistad es básica. Los hombres no tienen ese espacio de intimidad con los amigos. Nosotras somos muy generosas, aunque la amistad masculina es muy noble.