El escritor y colaborador de este periódico Lluís Maicas. | Pere Bota

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Hay quien, cuando se vuelve mayor, su carácter se torna más agrio y está más irritable. No es el caso de Lluís Maicas (Inca, 1954), quien parece que, con la edad, ha logrado, como él mismo confiesa, una paz interior, cierto sosiego. «De joven era muy beligerante, transfería mi enojo a los demás. Claro que uno tiene derecho a estar enfadado cuando las cosas no salen como quiere, pero con la edad te das cuenta de que uno siempre tiene elección, que si hiciste algo fue porque querías, por lo que no tienes que echar la culpa a los demás», razona el también colaborador de este periódico, que acaba de publicar nuevo poemario, Mots que fan ombra (Perifèrics). Lo presentará el próximo jueves 11 de mayo en la Fundació es Convent de Inca y el 16, en la sede de la Obra Cultural de Campos.

Es en la poesía y los dietarios donde Maicas ha encontrado su lugar, su «refugio», algo que también se desprende del título que ha elegido para esta nueva obra. «El otro día repasaba todos los textos que he publicado y me he dado cuenta de que tengo siete dietarios publicados y uno ya está en el horno, en manos de una editorial. Me siento tan cómodo en los dietarios como en los poemarios», comenta.

«Los primeros son muy flexibles, pueden incluir muchas intervenciones diferentes. En cambio, un poemario tiene que tener cierta unidad, aunque tampoco es una ciencia matemática y se pueden leer independientemente. El poemario, en definitiva, es una extensión de ti y de lo que haces, de lo que piensas», compara.

Entorno

Sobre el contenido de sus poemarios, Maicas apunta que, «en realidad, si observamos bien nuestro entorno, podemos ver pequeñas historias que nos pasan a nosotros o a otra gente» o, incluso en su caso, a los aparatos que usamos en nuestro día a día.

«Nosotros también sufrimos una especie de obsolescencia programada», afirma. «No hay nada que no pueda ser poetizado, es decir, todo es susceptible de convertirse en poesía. En cierto modo, es dar un paso más a lo que hacía Joan Brossa. Él cogía un elemento y lo transformaba en poesía sin modificarlo y, en cambio, yo lo modifico para convertirlo en un elemento poético», equipara.

¿Es pues, el humor, un antídoto contra el envejecimiento? Maicas, que ve la muerte «cada vez inevitablemente más cercana», así lo corrobora. Hipocondríaco confeso, de esa desaparición inminente también se ríe, con ironía, aunque reconoce que es un «mecanismo de defensa». De todas formas, puntualiza que «no pienso mucho en ella».

«Lo que peor llevo es la ausencia, el no poder ver a mis nietos crecer. Todo eso me provoca cierto desasosiego, pero es lo que hay. Lo que seguro no me gustaría es sufrir. Creo que todo el mundo comparte ese temor», razona. Por ello, «no me preocupo por eso, prefiero buscar elementos de consuelo, de diversión; buscar la parte lúdica de todo lo que me pasa», algo que aplica en sus textos.
El humor es, pues, una suerte de «elixir de la juventud espiritual», aunque señala que «eso no quiere decir que no me tome las cosas seriosamente, lo que pasa es que hay que saber diferenciar entre lo importante y lo que no lo es».

Sobre si hemos perdido la capacidad de reírnos de nosotros mismos, Maicas asegura que, «al menos en literatura sí». «Todo el mundo está muy serio, muy pendiente de los cánones. Hay cierta rectitud literaria y yo siempre he pasado de eso», manifiesta. «Hay que desdramatizar las situaciones y, la verdad, es que es algo que no encuentro con frecuencia», añade.

Jóvenes

Otra cuestión que lamenta es que cada vez cuesta más publicar. «Hace poco fui a una presentación y alguien dijo que los escritores lo tenían muy mal, que su vida es muy dura y que, fuera de las grandes editoriales, hace mucho frío. Por eso está tan bien que haya iniciativas como Solstici d’Estiu, de la Fundació ACA, que da voz a poetas jóvenes menores de treinta años y que les permite editar su obra.

En este sentido, Maicas critica a los autores que cuentan ya con una trayectoria y que se presentan a certámenes literarios: «Los premios deberían ser para los jóvenes», sentencia. Sin embargo, comenta que «los jóvenes están demasiado acostumbrados a no esperar, a no sufrir».

«En mis tiempos, si no podías hacer una cosa hacías otra, si no te publicaban un libro o lo hacías tú mismo o te dedicabas a otro proyecto. Parece que lo quieren todo y ahora y eso es una actitud muy infantil. Uno tiene que aprender a tener paciencia. Si te fijas, en los últimos cuarenta años, hay muchos poetas de un solo libro, o dos como mucho. Será porque se han desanimado y han abandonado, no lo sé», matiza.