Víctor del Árbol posa para este periódico.

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«Para escribir hay que vivir, cierto, pero, sobre todo, hay que leer». Lo dice categóricamente Víctor del Árbol, profuso autor de novela negra que llega al Febrer Negre con Nadie en esta tierra (Destino), su más reciente obra en la que un policía se ve regresando a sus orígenes en un pueblo de Galicia y, al mismo tiempo, envuelto en un caso de asesinatos. Del Árbol sabe de lo que habla con esa primera frase porque él es, principalmente, un lector y un «amante de la literatura», pero también ha vivido solo lo que un policía sabe, ya que durante 20 años sirvió como Mosso d’Esquadra. Del Árbol estará este viernes, a partir de las 19.00 horas, en la Quars Llibres (Parellades, 12) junto a Aránzazu Miró.

El Premio Nadal en 2016 por La víspera de casi todo reconoce ser un ávido lector. De hecho, ese fue el paso natural: «Si no sabes por qué escribes no vas a encontrar tu pasión y en mi caso fue por supervivencia» , relata el autor. La suya fue la infancia de «un niño deprimido y con timidez que encontró su manera de estar en el mundo a través de la imaginación». Por ello, «lo normal era pasar de los mundos que creaban otros y que consumía leyendo a crear yo para los demás».

Lo tuvo claro, pues, pero no significa que haya sido fácil: «Tengo la suerte de que desde jovencito quería ser escritor, pero claro, no tenía ni idea de qué coño estaba hablando, por eso es también una maldición», expresa tajante el escritor. Quien la sigue la consigue, se puede decir, y él, desde luego, lo ha hecho. De hecho, presentó su primera novela al Premio Planeta con 14 años, aunque no ganó, por lo que fuera, y su primera publicación llegó «con los 40 cumplidos, por lo que es un camino vital, lleno de sinsabores, rechazos, algo que también conforma el carácter».

En Nadie en esta tierra, el protagonista, Julián Leal, regresa a su tierra natal al no pasar por un buen momento. Esta decisión le lleva a Galicia en un contexto extraño y opresivo. Para Del Árbol, todo se retrotrae, una vez más, a «la identidad». «Es algo con lo que estoy obsesionado. Las raíces y el papel que juega en nuestras vidas el espacio, la circunstancia en la que hemos nacido». Reconoce que es «algo recurrente» en este tipo de historias el «querer volver al lugar o momento en el que nos hemos perdido, donde hemos dejado de ser lo que queríamos ser».

Personajes

Algo que, quizá, ha efectuado él mismo, ya que «hay mucho de mí en todos los personajes, pero con Julián más por haber compartido la experiencia de ser policía». Eso sí, a su alter ego le regala todo el coraje «que yo no tengo». Y lo necesita su personaje puesto que lucha contra un «poder» y «frente a lo que ese poder le hace a la gente cuando no son capaces de resistirse». Y sí, se habla de un poder como un ente y no de la persona que lo detenta porque para el catalán «el poder no tiene dueño, sino que tiene esclavos, y es capaz de mutar,transformarse y preservarse en diferentes generaciones».
Habla de «ese poder no escrito, del silencio, de lo que se calla» porque, como explica Del Árbol, «en ese pueblo de Galicia todo el mundo sabe lo que pasa. Hay una omertá, nadie es inocente, nadie olvida y nadie perdona».

En el fondo no deja de ser toda la novela una «larga crítica o cuestionamiento al relativismo moral, a esa idea de que el bien y el mal dependen de cosas y son relativos», una idea contraria a la convicción del propio Del Árbol, para quien «bien y mal son algo innato, hay cosas correctas y otras no», y ahí aparece Julián Leal, su protagonista, su héroe: «Es el ejemplo de aquellos que a pesar del miedo o la fragilidad humana hacen lo que tienen que hacer». Un «héroe obligado por las circunstancias» y un referente distinto en el que mirarse ante una actualidad en la que «hemos convertido la violencia en algo atractivo» y «la tentación del abismo, por la parte perversa que llevamos dentro, nos hace admirar a personas que, quizá, no son las adecuadas».