Soledad de Montaner y Magdalena de Quiroga, madre e hija, dos generaciones de la larga herencia de Can Vivot. Foto: Pere Bota. | Pere Bota

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Si tomamos una ciudad del mundo nos damos cuenta de que, en realidad, no existen. Me explico. París, Nueva York o Londres no son un solo sitio, sino una suma de muchos. Sus edificios, plazas, iglesias, templos y hasta sus descampados. Ninguno es, en sí, la ciudad. Palma no es ninguna excepción. Uno puede decir que está en Palma, pero no hay un lugar que sea Palma, sino que muchos la forman y reparten la esencia de la ciudad. De todos los que conforman Ciutat, los hay con más porción, claro, ya sea por importancia histórica, simbólica o material. Y de entre ellos, Can Vivot, el casal más grande de Palma con 5.700 metros cuadrados, es la joya de la corona. Siete siglos de historia reunidos bajo un techo donde confluyen orígenes árabes, reformas de estilos varios y salas majestuosas que son un paseo por el tiempo y la historia. Sus propietarios, el matrimonio formado por Pedro de Montaner y Magdalena de Quiroga, son quienes nos acompañan por una ruta abierta al público y que, en el futuro, esperan ampliar con el proyecto de musealización orquestado por Soledad, la hija de ambos.

Un origen árabe

Can Vivot, declarado Bien de Interés Cultural y Monumento Histórico-Artístico, cuenta con un patio señorial espectacular poblado por tres carruajes de caballos de época. Tras esta entrada impresionante se esconde un no menos sorprendente origen que se remonta al siglo XIV con la unión de la raconada d’en Berard y l’alberg d’en Clapés, casas muy cercanas entre sí. Anterior a ello se conserva un arco árabe que, según detalla Montaner, «se cree que podría ser el techo de unos baños». La casa se ha transmitido por herencia familiar desde este mismo momento, «conservándose una interesante parte medieval», señala el propietario. Es tal la impronta que el Casal supone que incluso recoge el paso de dos viejas calles que atraviesan parte de su terreno y que han desaparecido del trazado urbano, solo visible en mapas antiguos de Palma.

Un viaje al siglo XVIII

La parte abierta al público se nutre del resultado de la reforma ocurrida en 1700 y que ha quedado congelada como una cápsula del tiempo. «Por aquí no pasó el siglo XIX», bromea Montaner. Se incluye un jardín, una sala de armas, una biblioteca, un despacho, un dormitorio, un comedor y una capilla, entre otras estancias, y permite realizar un recorrido por los siglos. A pesar de todo, la intención es «abrir e incorporar a la visita las partes del XVI y del XVII», desde la primera reforma de 1523, llevada a cabo tras un saqueo ocurrido durante las Germanies.

La sala del tesoro

Una de las joyas de Can Vivot es su señorial biblioteca, cuyo archivo consta de manuscritos del siglo XIII y posee, entre otros tesoros, un cuadro de Miquel Bestard del XVI y una carta náutica original del XV. Además de los frescos de José Dardanone, que se reparten por varios puntos de la casa y que son «los únicos suyos en toda la Isla». Constan estas pinturas, a su vez, de «un sentido» por ser el «discurso político de la época». Las lámparas, repartidas también por las salas, son originales de Venecia y de Burano, y cuenta con otros detalles como unos damascos de 1716 y unos cortinajes procedentes de Francia del siglo XVII que son un regalo del rey Felipe V al Marqués de Vivot por su fidelidad a su bando durante la Guerra de Sucesión. No es el único favor real que se conserva en Can Vivot, que mantiene todavía el menú de una cena que atendió Alfonso XIII.

El peligro del tiempo

El paso de los siglos ha generado varios momentos críticos en Can Vivot, pero el más arriesgado de todos fue, paradójicamente, hace nada. «Es un milagro que estemos aquí y nos lo repetimos constantemente», señala Quiroga. Han logrado sobrevivir a un pleito de herencia que se ha prolongado 18 años y en el que ha habido un intento de convertir el casal en 32 pisos de apartamentos. «Lo conseguimos parar en el 10 y evitar que desapareciera». Para el matrimonio propietario es triste que no haya interés de conservación y son conscientes de que «es un sacrificio, pero queremos hacerlo». En breve presentarán «el plan director» con el que confían en poder sacar adelante conjuntamente estos proyectos de mejora.

Las reformas pendientes

Aunque la casa consta de tres reformas principales, las de los siglos XVI, XVII y XVIII, es obvio que requiere de cuidados y trabajos. Montaner detalla que «hay que arreglar los porches, que eran las habitaciones del servicio», y «rehabilitar los patios, que tenemos cinco, y los tejados». A ello se suman partes únicas que la casa contiene como establos y cocinas del siglo XVIII, que están «tal cual», o la urgente intervención necesaria en unos frescos algo deteriorados. «Si esto se pierde no se podrá recuperar porque en Palma no quedan casas así, todas se han destrozado o vendido», se lamentan los dueños que critican que las declaraciones del BIC e Interés Cultural llevan asociadas muchísimas obligaciones y deberes, pero «no van ligadas a ninguna ayuda ni subvención» y, además, «todo son problemas» porque para hacer cualquier interevención, «por pequeña que sea en mejora de la casa», todo son «pegas». Algo que lamentan porque son «la única casa de Palma con voluntad de seguir siéndolo», a pesar de recibir «ofertas constantes de compra desde hace 20 años». El mensaje es claro hacia la administración: «Esto ha de ser una responsabilidad doble, porque el deber ya lo tenemos como historiadores que somos», asegura De Quiroga.

El futuro de Can Vivot

Soledad, la hija del matrimonio, es la autora del proyecto de musealización de Can Vivot, que tiene no solo la intención de abrir al público más partes de la casa, sino «convertirlo en un centro cultural» que incluya exposiciones temporales y actos. Abrir al público, básicamente, y a la ciudadanía, sobre todo, una parte de Palma, una parte principal, de hecho, de la historia de la ciudad. Uno de esos lugares que fan la ciudad, que la constituye y que en el interior de sus muros, paredes y tejados concentran los siglos de evolución de Palma.