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Joan Antoni Horrach falleció este lunes de manera súbita e inesperada. Estoy convencido de que todas las personas que le conocieron le recordarán con aprecio y estima, incluso sus competidores en el mercado del arte.

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Joan Antoni estaba por encima de los celos, de los navajazos, de esas tonterías que tantas veces iluminan nuestro panorama cultural para desacreditarlo. Él era un apasionado de la belleza, del equilibrio, de las formas, y tuvo la inmensa fortuna de poder desarrollar su talento libre de cargas. Era galerista y vendía obra, pero no para ganar dinero, sino para dignificar al artista y su trabajo. Esto es lo que transmitía cuando te hablaba de ese o aquel pintor, cuando te interesabas por comprar esa o aquella obra. Joan Antoni creía honestamente en el arte, en el efecto benéfico y reparador que tiene para las personas y las sociedades.

Se ha muerto un tipo formidable, un hombre sin relevo. Y es que son contadas las personas de nuestro entorno que prestan atención al mecenazgo y se involucran con el arte y los artistas. La mayoría se cree que todo empieza cuando compran caro un Barceló y lo cuelgan en la pared de casa, con lujo y sin compromiso. Joan Antoni nos enseñó que no es eso, que lo importante no es saber ganar dinero, ni tenerlo, sino cómo utilizarlo.