Juan Manuel de Prada, este lunes en Palma. | Jaume Morey

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Como si de un conjuro se tratara, España sufrió un caso de amnesia colectiva con Ana María Martínez Sagi. La suya es una vida que, más que para una película, daría para una trilogía. Fue poeta, reportera de guerra, campeona de lanzamiento de jabalina, la primera mujer directiva de un equipo de fútbol –del Barça, para más señas– y, por si todo esto fuera poco, vivió algunos de los acontecimientos más importantes del siglo XX en primera línea como la República, la Guerra Civil o la ocupación alemana de Francia. Sin embargo, y a pesar de ser cara habitual en la prensa de los años 30, su nombre cayó en un olvido del que la rescató hace 20 años Juan Manuel de Prada con Las esquinas del aire. Ahora, De Prada cierra el círculo con El derecho a soñar, la amplia biografía de Martínez Sagi que completa su obsesión por la figura de la escritora catalana y que presenta hoy, a las 19.00 horas, en la Fundació Sa Nostra. Y lo presenta en la Isla a conciencia, ya que Mallorca fue vital en la vida de Martínez Sagi hasta el punto de que, al morir, sus cenizas fueron esparcidas    en el «mar de Mallorca» y de cuya relación el libro da sobrada cuenta.

Han pasado 20 años desde que publicó Las esquinas del aire, primer acercamiento a Martínez Sagi. ¿Es su nuevo libro una liberación o tiene algo de deber?
— Fíjese que es tan parte de mi vida que lo siento como si se te muriera un hijo o romper con una madre. Es una sensación extraña. Lo mío ha sido una obsesión horrible y fecunda que me ha hecho muy feliz, pero también muy desgraciado. Cuando conocí a esta mujer, en los años 90, me quedé enganchado a ella y me resultaba incomprensible que una mujer de tantos y tan variopintos talentos hubiera sido devorada por el olvido. He vivido y moriré enganchado a ella.

¿Cómo describiría a Ana Maria Martínez Sagi?
— La suya fue una vida fascinante. Era célebre en los 30 como poeta, reportera, feminista que luchaba por el sufragio femenino, deportista, directiva. Estaba en la prensa a diario. A raíz de la guerra se convierte en una mujer anónima y reconstruir su exilio ha sido muy difícil. Su carácter camaleónico le permitió ocupar trabajos insólitos. Tiene una gran capacidad de adaptación. Pero también tiene una vida traspasada por la tragedia y la falta de amor y, cuando lo encuentra, le resulta esquivo. Además de que tiene una ansia de maternidad terrible, pero se siente atraída hacia otras mujeres, lo que le genera un dolor perpetuo. El libro trata de mostrar estos aspectos más dolorosos de ella, los más oscuros, pero el retrato del personaje es luminoso. En cualquier caso, todo esto la convierte en un personaje literariamente muy rico.

Usted la conoció personalmente cuando la encuentra en el pueblo de Moià tras años desaparecida de la vida pública. ¿Son la misma persona la Martínez Sagi que trata y la que descubre en su investigación?
— Sí, son la misma. En algunas entrevistas se me ha tergiversado dando a entender que ella me oculta cosas, pero cuando hablé con ella simplemente era una nonagenaria que me contó la historia centrándose en unos aspectos y en otros no, mientras que algunos los oculta y otros los embellece. Yo diría que echó un velo en ciertos años, pero no diría que me engaña, sino porque a nadie le gusta mostrar lo peor de sí mismo.

En el libro se menciona mucho la Isla, ¿cuál fue la conexión de Martínez Sagi con Mallorca?
— Su conexión empieza por su hermano Armando, que jugó en el Barcelona y luego vino a jugar al Alfonso XIII, que luego se convertiría en el Mallorca. Ella empieza a venir a casa de su hermano los veranos y viene con Elisabeth Mulder, de quien está enamorada y es quien la va a marcar desde el punto de vista amoroso. Pasan un tiempo en Alcúdia, en el hotel Miramar, que ya no está, y convierte su estancia en laIsla en el epicentro de toda su vida poética. Luego seguirá viniendo con otras ‘amigovias’, como dicen ahora, y dedica al menos tres libros a Mallorca, pero el más potente es Amor prohibido, íntegramente ambientado aquí donde recrea el amor con Mulder. De hecho, al volver del exilio, 30 años después de salir de España, el primer sitio al que vino fue Mallorca. La Isla fue su médula espinal poética y afectiva y siguió viniendo varias veces hasta que se instaló en un pueblo de Catalunya donde se enterró en vida. Por todo esto es una pena haber encontrado tan poca información en Mallorca, donde incluso se la entrevistó en este diario por Margalida Capellà y donde presentó una obra en la librería desaparecida L’Ull de Vidre. Sobre esto, debo decir que ha sido una gran ayuda Bartomeu Mestre.

¿Ha encontrado, aunque sea a nivel subjetivo, alguna explicación a este olvido al que fue condenada?
— Cuando ella vuelve trata de incorporarse a la vida cultural, pero se encuentra con bastante desprecio. La cultura catalana había cambiado completamente. Ahora era la generación Barral, los Novísimos, y esta gente quería romper con el mundo del exilio. Eran antifranquistas, pero burgueses y se tropieza con una cerrazón. También lo intenta con las feministas, pero ha cambiado mucho porque la suya era una lucha por el sufragio, pero se encuentra una por la anticoncepción. Simplemente no encuentra encaje. A ello se suma que la recuperación del exilio fue la de grandes nombres, como Alberti, Bergamín, pero a una mujer como ella no se la tomó en serio. No es que España fuera machista, sino que lo que hizo se miraba de forma burlona.

Su labor de investigación ha ocupado 20 años en los que ha visitado más de 80 archivos. ¿Se está perdiendo este tipo de trabajo?
— Esta labor está perdida, pero hay que tener un amor a la investigación y obsesión por un tema. Además, es algo necesario y como pueblo, así como nuestros gobernantes, debemos darnos cuenta de que no se puede hacer Historia en Google o visitando dos archivos. Sé que este libro va a tener muy poco retorno, pero creo que es muy necesario.