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Vivimos una época de despedidas casi a diario. Algunas inesperadas y otras tristes, pero casi siempre tardías. Por ello, es reconfortante saber que cuando escribo estas líneas no es pena, sino gratitud lo que siento porque sé que esta vez sí llega a tiempo. Woody Allen se retira del cine con su próxima película, la número 50, poniendo punto y final a una carrera tan larga como prolífica. Y a pesar de que él mismo lo ha dicho, no termino de creérmelo. Quizá porque siempre he pensado que el bueno de Woody moriría con las botas puestas, en la sala de montaje o sentado en la silla del director en pleno rodaje, como aquellos vaqueros heridos de los westerns que, al saberse malheridos, desaparecían en el horizonte montados sobre sus nobles caballos en dirección al sol poniente.

Pero Woody no es uno de ellos. El hombrecillo nervioso en pantalla, pero tranquilo tras ella, ha decidido que Wasp 22, la película que pronto empezará a rodar en París, será su despedida del celuloide. Y he aquí el matiz: Woody se va porque así lo quiere. Y ese es un derecho que se ha ganado con creces el director de obras maestras como Manhattan, Annie Hall o Match Point, por nombrar solo algunas de su larga filmografía.

Diane Keaton junto a Allen durante un fotograma de la cinta ‘Annie Hall’.

Y digo que es importante el matiz porque a Woody Allen le ha perseguido desde hace años una polémica que ha traspasado la pantalla del cine, como en su película La rosa púrpura de El Cairo, y que, hoy en día, tras el recorrido judicial que ya tuvo, es más combustible de tabloide sensacionalista que busca echar más leña a un fuego que no termina de apagarse, que de prensa responsable y consciente. No hablaré aquí del famoso tema porque es por todos conocido y los ríos de tinta que lo narran son más que accesibles. Diré, eso sí, que le ha afectado más de lo que el mismo Woody Allen podría admitir. ¿Por qué lo creo? Porque el cineasta querría y debería haber acabado su carrera en un lugar y solo en ese: Manhattan.

Musa

Él mismo lo dice en su autobiografía, A propósito de nada, que si por él fuera nunca hubiera dejado de rodar en Nueva York. Y es que si Almodóvar tiene a Carmen Maura,Scorsese a Robert de Niro, los hermanos Coen a Frances McDormand o Tarantino tiene, bueno, la sangre y los pies de sus actrices, Allen tiene, sin lugar a dudas, ‘esa ciudad en blanco y negro que latía a los acordes de las melodías de George Gershwin’, tal y como él mismo la presenta en Manhattan. Sin embargo, en los últimos años Allen ha rodado más fuera que en su tierra. Donde le han dejado, básicamente.

Disputas aparte, lo cierto es que Allen ya es historia del cine por méritos propios y solo los deméritos ajenos pueden poner en peligro ese título. Nuestros son ya los líos de Maridos y mujeres, la intriga de Scoop, el romanticismo de Midnight in Paris, la emoción de Balas sobre Broadway, la originalidad de Desmontando aHarry, el humor de Toma el dinero y corre, y un etcétera tan largo como jugoso para entrar en él. Sin olvidar la pasión de Vicky Cristina Barcelona, que le valió el Oscar a Penélope Cruz.

Habrá quien diga que su retiro llega tarde y que debía haberlo hecho hace años.Otros, sin embargo, dirán que a pesar de seguir rodando, Allen llevaba años ‘desaparecido’ por la indudable rebaja en la calidad de sus últimos títulos. A todos ellos, esta respuesta: cualquier minuto medio bueno de Woody Allen supera en originalidad el completo metraje de mucho cine de ahora. Por ello su retiro, aunque comprensible, siempre será prematuro.

Escritura

Y aunque no ruede, seguirá escribiendo. Y quizá todo es solo una jugarreta de Allen que a sus casi 87 años se aleja del plató de rodaje porque sabe que todos esperábamos verle allí hasta el final y así despista a la muerte. Al fin y al cabo fue él quien dijo: «No le tengo miedo a morir, simplemente no quiero estar allí cuando ocurra».