El escritor mexicano Eduardo Ruiz Sosa. | ILIANA CERVANTES

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Serían necesarios más de 120 años para desenterrar los más de 52 mil restos humanos que permanecen sin identificar en las instalaciones forenses de México. Este es el terrible y real punto de partida de El libro de nuestras ausencias (Candaya), de Eduardo Ruiz Sosa. El autor mexicano afincado en Barcelona presentará esta nueva novela este martes, a las 19.30 horas, en la librería DracMàgic de Palma. Le acompañará el escritor y crítico literario Josep Maria Nadal Suau.

Al principio de la novela señala que serían necesarios más de 120 años para desenterrar los más de 52 mil restos humanos que permanecen sin identificar en las instalaciones forenses de México. Declara que «México es un país esquizofrénico, lleno de fantasmas». ¿Es un libro con una base importante de denuncia?
—Es una novela ante todo, pero tiene una voluntad ética que tiene que ver con hablar de un problema terriblemente cotidiano: las desapariciones forzadas. La idea no era hacer un texto que fuera una denuncia directa o burda, sino que hablara desde la perspectiva no tanto de las víctimas como de la periferias de esas víctimas, en los alrededores, en quienes buscan y sufren las ausencias, quienes siguen siendo testigos de la injusticia y del dolor.   

También es una suerte de manifiesto a favor de la ficción como medio para contar la realidad. De hecho, asegura que «todo es ficción porque todo requiere, para su comprensión, un orden que hemos de proporcionar nosotros porque el mundo, en esencia, es desorden».
—Para mí todo proceso de escritura, de memoria y conversación es ficción. Lo único real es la experiencia inmediata y la ficción no es, como habitualmente se cree, una mentira o una invención, sino una forma de ordenar esa experiencia del mundo que es caótica. Lo que nos permite la ficción es darle un orden dentro de lo posible, con el lenguaje en este caso porque hablamos de literatura, pero que también se extrapola a la otras artes o conocimientos.

El teatro es un elemento fundamental, no solo como eje conductor sino por la reflexión sobre la puesta en escena, los personajes, los intérpretes y voces.
—Sí, está presente también en la estructura interna, con voces, diálogos, espacios como escenarios teatrales que van cambiando y son polivalentes o por los personajes que son intérpretes o están relacionados con el mundo del teatro, que hablan o viven a partir del fenómeno extraño que es la puesta en escena. Es importante para mí porque en buena medida eso explica cómo surgió esta novela, cuando en 1996 fui al teatro por primera vez y ese mismo año desaparecieron en mi ciudad tres chicos jóvenes. Además, la obra de teatro que vi, el Quinto mandamiento, era sobre el intento por resolver un crimen creando dentro de la obra otra obra de teatro. Esto me llevaba a pensar no solo en los usos de la ficción como una forma de entender el mundo, sino también como un espacio en el cual el intérprete es una especie de ausente que se borra a sí mismo para ser alguien más y así una y otra vez. En este sentido, el ejercicio de la interpretación me parecía muy cercano, simbólicamente hablando, a la ausencia y a la desaparición.

Dedicó 15 años a escribir este libro, con muchas revisiones y transformaciones. Es un gran esfuerzo por su parte, debía de tener muy claro que quería seguir adelante con este proyecto.
—El que tardara tanto tiempo tiene que ver con mi modo de escribir. Trabajo en una versión, luego la destruyo y vuelvo a empezar y así hasta que tengo la definitiva. Pienso que un texto tiene que ir cambiando conforme también lo hago yo. Además, es un tema delicado y sensible y tenía que tener todas las herramientas de investigación, análisis y reflexión. En esta última versión reconocí que tenía que centrarme en la voz colectiva, barrer todo el ‘yo’ del libro.

Portada del libro.

Salvando las distancias, en España, y también en Mallorca, sigue habiendo cadáveres en las cunetas sin desenterrar.
—Es un tema que en distintos contextos funciona de la misma manera. Quizá en lo que ocurre en México ahora y lo que ocurre en España hay una especie de espejo a destiempo. Aquí la generación que busca ya está en una edad muy adulta, anciana, o muchos han muerto. ¿Qué pasa cuando la búsqueda de la justicia de retribución no llega?Los familiares de las víctimas van muriendo, por lo que o se condena al olvido el proceso histórico o se estimula el relevo. Creo que a pesar de que el conflicto sea distinto, en etapas diferentes es el mismo.

Ese proceso de recuperación de la memoria ha llegado tarde, pero, como se suele decir, vale más tarde que nunca.
—Sí, porque cuando nos acercamos a los vestigios, la historia se reactualiza, no importa si han pasado cincuenta o cien años. Un buen ejemplo es el reciente descubrimiento del fósil de la cara de un homínido en Atapuerca. Ese hallazgo se vuelve presente, pues ese individuo está aquí después de miles de años, lo que demuestra que el contacto con vestigios de la historia inmediatamente los actualiza.