Las obras de Tomás Barceló evocan todas una historia oculta o un pasado sugerido y parecen todas extraídas de una fusión arqueológica que abre la mente a una imposible unión entre un universo ‘steampunk’ en un contexto mesopotámico o egipcio. | Jaume Morey

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Tomás Barceló tiene una ventana  secreta a otro universo. Se asoma a través de ella y tras echar un vistazo, se pone manos a la obra para dar forma a todo lo que ve. El resultado, que parece una mezcla entre la fantasía lovecraftiana, un universo steampunk y el arcaicismo egipcio y mesopotámico, son esculturas que esconden y cuentan, a la vez, una «historia propia». Sus piezas, que beben de la ciencia ficción ochentera con la que se crió, son su unión de fantasía fílmica y arte clásico, algo que ha podido hacer en la industria misma trabajando en filmes como Maléfica: Maestra del mal o Dune.

«La escultura tiene una función que no tiene ningún otro arte: hace realmente presente algo que no está y que solo habita en tu mente». Es el propio Barceló quien lo dice con la serenidad de quien sabe de qué habla. Y eso que él iba para director de cine, según relata: «Quería hacer pelis como Alien o E.T., pero a los 20 años descubrí la escultura y me dio un vuelco total la vida».

No obstante, no fue un giro fácil, sino laborioso. «Me fui a Barcelona a estudiar Bellas Artes, pero me encontré en una academia conceptual que me interesó muy poco y en la que me iba a escondidas a la biblioteca por las noches para poder ver esculturas de Ramsés II». Por casualidad, recuerda, conoció a Josep Salvador Jassans, su maestro, quien «hacía escultura clásica a escondidas en el sótano, muy underground, y fue como golpearme contra una piedra que era la escultura arcaica diciéndome: yo soy real».

Al final, Barceló abandonó ese sueño de ser director de cine y se dedicó enteramente a la escultura, dando durante otros 20 años clases y creando hasta que, ya con 40, «dejé mi trabajo y me fui a China», donde trabajó en la película Asura, la que cataloga como «el mayor fracaso de la historia del cine mundial», pero con la que «me lo pasé muy bien y muy mal a la vez» y le abrió un nuevo mundo: «Ahí pensé que con mi escultura podía unir los dos mundos que siempre me habían gustado: la ciencia ficción y la fantasía con la escultura clásica o arcaica».

Colaboraciones

Luego llegarían otras colaboraciones en producciones audiovisuales como Dune, de Denis Villeneuve, o la serie Krypton, pero principalmente el motor de su trabajo sería su nueva visión de su mismo arte, a las que «pretendo dar mucho volumen» y con las que cuenta historias, pero «no literarias, sino de escultor».

Al margen de todo esto, Barceló también confiesa querer «defender la escultura». Ello lo hace desde su propio canal de Youtube para «descubrir este arte a la gente que tenga interés» porque, según indica, «hay una fractura entre los artistas y la sociedad, y la culpa es nuestra», por lo que no descarta el camino de la divulgación.

En definitiva, Barceló busca, sobre todo, «ofrecer el arte», el suyo, pero también el de todos. La escultura, en general, como una manera de hacer real, tangente y físico lo que solo es accesible a la mente de unos pocos elegidos. Algunos tienen la desgracia de no tener medios para extraer esas fantasías mientras que otros, por suerte, hacen cine o esculpen. Barceló hace ambas.