El poeta Federico Gallego posó en Palma para este diario.  | Teresa Ayuga

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En un contexto poético en el que sobran hojas con palabras escritas y falta auténtica literatura camina Federico Gallego, poeta que «decidió» hace ya 27 años que quería ser mallorquín. Desde entonces pasea por las calles y rincones de la ciudad acompañado de su ojo atento y su pluma para «mirar» y luego recoger, con palabras o con trazos, el «fruto del tiempo». Con esas palabras bien escogidas ha construido su Jardín botánico (Cuadernos de la Errantía), un refugio con forma de libro que presenta esta tarde, a las 19.30 horas, en la Biblioteca de Babel acompañado de Marcos Augusto y Francesca Gelabert, con quienes charlará y celebrar que «echar raíces es haber encontrado tu lugar en el mundo».

Algunos escritores mantienen que una vez que el libro se publica ya no les pertenece, ¿comparte esta visión?
—La escritura de poesía la completa el lector, por lo que su viaje no termina hasta que no se pone pie en el muelle. Además, en narración hay una idea a transmitir, pero en poesía hay posibilidades de entender el mismo mundo del poeta.

¿Qué es este jardín botánico que ha creado?
—El jardín botánico es el mundo en el que quisiera vivir. Un espacio acotado, un lugar que deja fuera los ruidos y deja dentro el sonido de la vida. Yo elijo el mundo en el que quiero vivir en el jardín. Además hay otra lectura, que es el mundo que yo quisiera vivir en la ciudad donde viví, Palma, en la que no me quiero sentir forastero. Superpongo mi jardín a la ciudad, a su paisaje y sobre todo a su paisanaje y hay una cierta reivindicación de mi ‘palmesanidad’. De hecho, muchos poemas están escritos en el jardín de La Misericòrdia, donde he podido expresarme lejos de todos los prejuicios.

El libro consta de una estructura muy simétrica, ¿se trata de algo buscado?
—Sí, totalmente. Un libro de poemas tiene que tener una estructura porque si no, aunque su contenido sea fuerte, el edificio se cae. En este caso son siete partes que además indican un cierto trayecto por este jardín utópico y hay un poema inicial, que hace 50 en total, en el que invito a entrar en este jardín porque en soledad no existe el paraíso, es preciso tener a alguien en quien disfrutar.

En el libro se habla mucho del entorno natural del jardín, pero este espacio es artificial. Si lo entendemos como un refugio poético surge la pregunta de si la poesía es una actividad natural o, por el contrario, artificial.
—La poesía es la primera actividad natural del ser humano, los que somos artificiales somos los poetas. Cuando una madre le canta una nana a su hijo le está haciendo poesía con un sonido rítmico, que le calma. Por ello, los poetas no debemos poner obstáculos, debemos allanar caminos porque la poesía es el hilo que une a cada ser humano con los latidos del corazón de su madre. No busca ninguna rentabilidad, sino proteger, acompañar y preparar para una vida difícil. Por todo ello, la poesía es la actividad más natural que existe.

En su poemario juega mucho también con la idea del árbol, lo que abre un abanico conceptual sobre si el poeta que echa raíces se queda estancado, como un árbol.
—La naturaleza del árbol no es estática porque viaja a través de los paisajes que contempla y, además, el árbol no tiene maldad, sino que lo que hace es acoger. Acoge nidos, acoge bajo su sombra, etcétera. Mis raíces, pues, son profundas porque se nutren de muchos árboles y personas. En este sentido creo que hay un centro profundo del que nos nutrimos y nos hace no sentirnos forasteros en ningún lugar.

¿Qué opinión tiene del mundo de la poesía actual?
—El aire de la poesía está muy viciado, tenemos el ombligo muy grande y nos consideramos demasiado importantes y me gusta recuperar la frescura de la poesía que arriesga. He conocido poetas jóvenes que me están dando la clave de lo que tiene que ser la vida lógica en la que tenemos que vivir, que es más reposada y esencial en la que la prisa no es lo único que nos importe.

¿Cómo es la vida poética?
—Es algo no elegido, pero te da la satisfacción de percibir las cosas de la vida de una manera más intensa. Hay que tener en cuenta siempre que lo no necesario es lo único que puede ser imprescindible, y la poesía está en este ámbito, en el de las cosas que no puedes explicar, pero te hacen vivir mejor. Son parte de lo más esencial de ser persona y ser poeta es estar a favor de lo más frágil de la vida.

¿Qué le inspira a usted a la hora de escribir poesía?
—A mí me ha inspirado más que la poesía el cine, la vida, el arte. ¿Por qué limitarnos a un género concreto? A la hora de nutrirse, la poesía se hace con todo. Todo sirve. Lo que importa no son las cosas, sino mirar y ser mirado desde las cosas.