Mandy Racine se estableció hace doce años en su actual taller, ubicado en Algaida. | Pere Bota

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Como los Médici en la Florencia renacentista, la galería Saatchi apadrina el arte más transversal y vanguardista. En su caso, desde un gigantesco escaparate digital. Y es que esta casa de arte en línea, con sede física en Los Ángeles y Londres, es la mayor plataforma que ofrece la vasta red, el Everest de las galerías de arte a un clic de su hogar. Artistas de diferentes escuelas se mezclan en su catálogo bajo el común denominador de la calidad. Mandy Racine, una escocesa afincada en la Isla, forma parte de su distinguida élite. El énfasis creativo que desborda nuestra protagonista viene de familia. Su primo posee una sala de conciertos en Glasgow por la que han pasado leyendas como Oasis y Primal Scream, y su marido es descendiente directo de Jean Racine, dramaturgo francés del Neoclasicismo.

Además de su presencia online, las pinturas de Mandy exhiben músculo en galerías del Reino Unido, y se disfrutan en las salas de estar de Dubai, Noruega, Canadá, Estados Unidos, Puerto Rico y otros puntos en los que, mayoritariamente, recae su obra. Pinturas inspiradas en los maestros clásicos, con propensión por el arte barroco y rococó, que Mandy representa como una reencarnación contemporánea centrada en el color, el flujo y el movimiento. «Me gusta pintar estampas clásicas y darles un aire moderno, con trazos que simulan movimientos». Sus lienzos están llenos de preguntas. Algunos incorporan un potente trasfondo metafísico. También se apropia la autora de un desafiante conjunto de metáforas sobre los seres humanos y su espacio vital, algo que enriquece su obra con una estimulante doble lectura. La intencionalidad poética con la que perfuma sus cuadros les otorga una atmósfera casi mágica, pues los objetos y figuras parecen cobrar vida para susurrarnos su historia.

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Los trabajos de Racine tienen un componente metafísico.

Artista de paleta, pintura y pincel, también ha utilizado las puntas de sus dedos desarrollando una técnica de punteado a la que «ahora ya no recurro demasiado». Su arte, entre lo figurativo, abstracto y naíf, exalta el contorno de los personajes, provocando una estética más sensual, plástica, grandilocuente, monumental. La realidad es deformada a través de su imaginación, que es tan exultante como un jardín en primavera.

Cotización

En los últimos dos años, Mandy ha visto como se multiplicaba la cotización de su obra. Hoy, su obra fluctúa entre los 4.000 y 10.000 euros, siendo esta última cifra un techo ciertamente inestable, no en vano la propia artista afirma con ambición que «si la cosa sigue así lo normal es que suba mi cotización, es la propia galería la que se encarga de controlar el aumento de precio en función del mercado». Su envidiable capacidad productiva la lleva a realizar unos ocho cuadros al mes, lo cual le reporta unas pingües ganancias. Pero el éxito no se le ha subido a la cabeza a esta risueña pintora de sonrisa contagiosa, vecina de Algaida, que conduce una furgoneta raída para desplazarse de su domicilio al atelier, donde da rienda suelta a su intrincado mundo interior. Sus últimas obras están listas y empaquetadas, «una saldrá mañana para una galería de Manchester y la otra se va directa a Ohio, en Estados Unidos».

De talante humilde y trato cercano, Mandy reconoce que le costó encontrar su sitio en Mallorca, «al principio veía a la gente muy cerrada, me costó adaptarme y hacer amigos». Se expresa en un correctísimo castellano, ligeramente atropellado por su acento brit, pero el idioma nunca fue un problema, «siempre quise vivir en España y tomé clases antes de venir». A nivel profesional, sus inicios en la Isla discurrieron por unos derroteros algo alejados de la actividad que la mueve hoy. «Vi un anuncio en el Daily Bulletin, un estudio de diseño de interiores buscaba a una persona para ayudarles en temas artísticos. Empecé a trabajar con ellos pintando frescos, muebles y otros trabajos creativos, y me especialicé en dar un efecto de mármol a la madera y otros materiales». Fue hace doce años cuando se estableció en su actual taller, un amplio espacio custodiado por un frío siberiano. Al menos los veranos serán frescos. «Que va, hace un calor terrible», desliza con resignación. Su emergente posición en el mundo del arte –ha sido catalogada como una de las cien mejores artistas del momento- podría llevarla a otro estudio, o en su defecto a acondicionar el actual, pero Mandy, modesta hasta la médula, se encoge de hombros, consciente de que su relación con un exceso de frío y calor es, lo que eufemísticamente se conoce como ‘es lo que hay’. Y tan feliz.