El artista Pitingo posó para esta entrevista en Palma. | Esteban Mercer

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Pitingo heredó el nombre de su abuelo, un gitano pobre pero presumido que todas las tardes se arreglaba de domingo con el único traje bueno que tenía para darse una vuelta por el pueblo. Era pequeñito e iba muy pitingo. Su nieto, con la misma raza heredada por su madre, hace lo mismo salvo que las vueltas las da por el mundo entero enamorando con su arte a los más grandes de la música. En breve saldrá una de sus últimas colaboraciones, con Concha Buika, que promete ser histórica. Anoche actuó en el Palacio de Congresos de Palma a beneficio de Aspanob.

¿Cómo le presento?
—Como una persona normal, casado, con un hijo, enamorado del arte y de la cultura. No sé qué seria de mí sin el arte. Soy una persona con muchas aristas, no soy un artista plano ni quiero serlo, soy osado aunque me equivoque porque sin el riesgo no hay arte. Cuanto más viajo por el mundo entero más cosas se me ocurren, tanto que una vez editado uno de mis discos ya no vuelvo a escucharlo. Ni quiero.

Usted tiene algo de mito para muchos.
—Soy poco del glamur de los artistas y sin embargo lo vivo. Eso si sobre el escenario me transformo y me convierto en el artista. He cantado con los más grandes del mundo, Pink Floyd, Eric Clapton, con Alicia Keys, Quincy Jones, Juan Gabriel, Sam Moore, en todos los palos, en todos los ámbitos, y todos han pedido colaborar conmigo y todos son ahora grandes amigos. El artista cuanto más grande y más artista, mejor persona es. Todos ellos me lo han demostrado, excepto que otro tipo de artista, como los de la música urbana a los que le digo ‘ahorra’ porque no se puede ir así por la vida.

Los grandes tienen respeto por la profesión.
—Así es. Por eso estoy deseando actuar para Aspanob [por ayer], porque hemos creado un concierto muy especial, musical y visualmente. Mi disco, Mestizo y fronterizo, es un canto a interculturalidad porque hay mucho desconocimiento entre todos. La música une.

Usted sobre el escenario nunca ha tenido miedo a mezclar.
—Al revés, me encanta. A cada país que voy he hecho de todo, desde Marruecos a América siempre he mezclado y eso que soy un flamenco puro aunque la pureza del flamenco es muy relativa. Es una música que está influenciada por tantísimas culturas que a los puristas les llamo flamencólicos. El flamenco es relativamente joven, con influencias africanas, judías, sefardís, de América, árabe, gitana y folklore andaluz. ¿Qué de puro tiene eso?

A los flamencos que comienzan, qué les diría.
—Que estudien y abran la mente. Sin personalidad no hay genialidad, por eso es importante buscarla. Buscar la magia. El verdadero éxito está en dedicarte a lo que te gusta, comer de lo que te gusta, y lo digo yo que he trabajado de heladero, repartidor, de buscavidas. A mi hijo que ha vivido la profesión desde que nació y ha conocido en su casa a los más grandes, le incito a que estudie inglés, a que se prepare. Mi mujer, horrorizada, me dice que ‘dos artistas en la casa no, por Dios’. Yo le apoyaré toda la vida.

Ha trabajado con Concha Buika.
—Y seguimos trabajando, con Alon de la Parra, es un proyecto maravilloso. Es una bestia, Concha es un genio con un conocimiento del flamenco impresionante. Nos hemos hecho íntimos. Mire, en España no valoramos en su justa medida el valor del flamenco, en la radio no lo ponen y es la música que España exporta al mundo entero, no hay otra. Todos los artistas de fuera cuando vienen a España preguntan por los flamencos, no preguntan por la gente del pop. Los Rolling Stones preguntaban por Camarón, Beyoncé cuando viene a España pregunta por los Farrucos. Pink Floyd pregunta por mí. Son gentes que han vendido 500 millones de discos y vienen preguntando por los flamencos. En América todos conocen su folklore y lo respetan, aquí no saben diferenciar un tango de una bulería. Hay que hacer pedagogía en España.

Con usted se han cebado por opinar sobre acciones políticas relacionadas con Arnaldo Otegui.
—Tenía que opinar obligatoriamente. Mi padre es Guardia Civil y yo viví el miedo, dos o tres atentados que nos intentaron poner, las alarmas por la noche que sonaban, yo no tenía dirección en el DNI porque no podían saber dónde vivíamos los hijos de la Guardia Civil. Veía a mi padre todo el día mirando con el espejo los bajos del coche, cambiábamos de ruta todos los días y me crié con la foto de Otegui pegada a todas las paredes porque era él quien mandaba sobre la vida de otros. Era él que decidía si mi padre o yo vivíamos o moríamos al día siguiente. Si lo hubiera hecho la derecha habría hecho las mismas declaraciones porque se habla de memoria histórica, pero no de los miles de españoles que nos hemos de tragar los homenajes diarios a nuestros asesinos. Ha pasado muy poco tiempo, hoy son héroes y han matado muchos niños. Estamos en un momento raro, de división peligrosa.