Carlos Prieto, trabajando en su estudio italiano. | C.P.

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La vida vuelve a recorrer las calles de Roma y sobre sus milenarios adoquines camina el mallorquín Carlos Prieto, tras más de dos meses de confinamiento extremo debido a la pandemia del COVID-19, especialmente dramática en Italia. Para él, la experiencia ha sido dura pero creativamente intensa, y prueba de ello es el tríptico 3 Otoños que ha compartido a modo de constatación del fin de una etapa, otra más, que comenzó hace dos años transportándole a la ciudad eterna y que ahora le lleva a unos viñedos de la Toscana, en la región de Montalcino, para seguir pintando.

«El mundo ha cambiado igual que mi forma de ver la vida y de mirar a los ojos a la belleza», relata Prieto sobre sus impresiones posconfinamiento. Su trabajo 3 Otoños responde a un proverbio chino que «significa que un día de soledad dura todo ese tiempo.

Las horas no pasan y es como si la caída de una hoja fuera a cámara lenta». De esta manera recoge la «melancolía, extrañeza y añoranza» que ha sentido pero que también le han hecho «pintar lo más real que pude. Creo que nunca he pintado tan puro, como si hubiera tirado los remos al mar para dejarme llevar», prosigue Prieto.

Recompensa

Constata de esta manera que «todo trabajo tiene su resultado, y todo confinamiento su recompensa», aunque, eso sí, «no es lo mismo vivirlo de manera obligatoria por una pandemia que en un encierro personal artístico». Ese trabajo durante el encierro se ha nutrido de «pintar y adelantar temas», aunque algunos de sus cuadros deberán esperar un poco más, como el que realizó para el Papa Francisco por motivo de su cumpleaños, cuya entrega se ha aplazado por la crisis sanitaria.

Ahora, una vez ha pasado lo peor, Prieto tiene su recompensan en la región de Montalcino, en plena Toscana, donde debía estar ya instalado, para trabajar en las bodegas Villa Le Prata donde, según dicen, se realiza el mejor tinto de Italia, para las cuales Prieto ya ha diseñado espectaculares y sugerentes dibujos, algunos ya realizados, con copas llenas de besos y amor, un toque algo dionisíaco, y al mismo tiempo la imagen de una novia tras su velo con un colorido claramente tintado.

De esta manera, una etapa da paso a otra en la vida de Prieto, quien ya se instalara en Roma «dejándolo todo en Mallorca y buscando nuevos horizontes», que pasaron de ser las mediterráneas calles de Palma a las latinas vías romanas y que ahora, tras un encierro de meses, se tornan en los interminables y amplios campos y viñedos de la Toscana donde Prieto espera «renacer cual Ave Fénix llevando a cuestas todo lo aprendido, es decir, que el secreto de la vida es vivirla».