El escritor Antonio Tocornal, en una imagen reciente. | MARTINE HEYVAERT

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Antonio Tocornal estaba a punto de presentar su nueva novela, Bajamares, cuando irrumpió el coronavirus. El libro, premio de Novela Corta de la Diputación de Córdoba 2018, narra el confinamiento de un farero, desde los 19 años hasta su vejez, que quiere vivir solo en el islote Roque Espino, donde solo hay arena, rocas, lagartos, el cementerio donde se han ido enterrando los marineros muertos que a lo largo de la historia han ido dejando las bajamares y soledad. Tocornal se adelantó sin saberlo al encierro del 40 por ciento de la población mundial por el virus y ahora, mientras su nuevo libro espera a que se levante el estado de alarma para presentarlo, está dando el punto final a dos novelas más.

Tenía una novela a punto de salir a la calle y entonces llegó el virus. ¿Qué planes tiene para el libro? ¿Será una celebración redoblada cuando lo presentes?

—Bajamares fue escrita en 2018 y fue confinada en cajas nada más salir de la imprenta, al igual que se nos confinó a nosotros en nuestras respectivas cajas domésticas. Cuando se presente, tal vez será un libro diferente del que escribí, pero nosotros seremos también lectores diferentes de los que éramos antes de la cuarentena.

Bajamares es una novela sobre un confinamiento voluntario que llega en un momento en el que todos estamos hiperconectados

—Sí. Se narra un confinamiento durante toda una vida como una opción vital libremente elegida. Esos casos se dan a veces. Poco a poco se van desvelando los motivos que llevaron al personaje a optar por esa elección.

En su aislamiento, la única posesión del farero es una enciclopedia. ¿En las palabras está la salvación?

—Exacto. Su único vínculo con la civilización lo encuentra en las palabras, y gracias al ritual de estudiarlas en la enciclopedia mantiene latente su condición humana y humanista.

La descripción de la isla recuerda mucho a Dragonera o Cabrera, y usted vive aislado en Mallorca. ¿Es una novela autoconfesional?

—Toda novela es autoconfesional. No creo que se pueda escribir de algo diferente que de uno mismo. Se podrá, en todo caso, maquillar más o menos la realidad. No solo vivo en una isla; vivo aislado en el campo, en las afueras de un pueblo pequeño. Creo que sin vivir el aislamiento no se puede escribir sobre él con verosimilitud.

Nadal Suau habla en el prólogo de ese enfrentamiento entre la vida y la muerte. ¿Cómo se refleja en la novela?

—El protagonista asume que lo importante de la existencia no es la cantidad de años que se viva, sino el conocimiento que se haya podido adquirir durante esos años. Por eso puede mirar a la muerte de frente y sin miedo; porque sabe que la meta en la vida no es prolongarla —algo que pierde su valor en un paisaje en el que todos los días parecen ser iguales—, sino llenarla de sentido.

Se ha adelantado, por desgracia, a los acontecimientos, y ha escrito sobre un confinamiento. ¿En unos meses habrá un aluvión de novelas sobre virus o encierros?

—Bajamares es, posiblemente, la última novela sobre un aislamiento escrita antes del coronavirus. A partir de ahora me temo que se escribirán muchas, pero con otra visión diferente modificada por los acontecimientos.

¿Se puede escribir en estas circunstancias o el miedo ha dejado secos a los creadores?

—No creo que haya que preocuparse por algo así. Hay momentos para escribir historias y otros para vivirlas. Por desgracia, no hemos podido elegir esta que nos ha tocado protagonizar y que nos cambiará a todos, creo que más para bien que para mal. Digamos que en este momento somos nosotros los que estamos siendo escritos o, mejor dicho, reescritos.