Antoni Vidal Ferrando (Santanyí, 1945) acaba de publicar Quan el cel embogeix (Adia).

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Su última novela fue La ciutat de ningú, en 2016, con la que ya revolucionaba las bases de su propia escritura. Ahora, Antoni Vidal Ferrando (Santanyí, 1945) acaba de publicar Quan el cel embogeix (Adia), con la que sigue esa revolución. Este mismo lunes ya estará disponibe en librerías y lo presentará el próximo 27 de febrero, a las 19.30 horas, en la librería Drac Màgic de Palma.

«Quan el cel emogeix, toca de peus a terra», dice Lluís Calvo, cita que recoge en su novela.

—Es un poco lo que quería decir. Esta obra trata de un escritor que denuncia todo aquello que no le gusta del mundo en el que vive. Todos enloquecemos este mundo, con nuestros traumas, obsesiones, inseguridades y nuestros excesos que cometemos para conseguir la felicidad.

Este libro es un homenaje a la literatura. Proust es uno de sus personajes principales.

—Sí. Proust hizo una crónica de su época y el narrador, escritor, quisiera hacer lo mismo. El libro también es un juego de espejos entre un escritor frustrado y alcohólico que haría lo posible por ser reconocido, que se siente perseguido por un fiscal nostálgico de la dictadura de Franco y miembro del Opus Dei y Marcel Proust. El escritor y el fiscal, don Adolf, son la antítesis; Proust es un mito de la literatura y el escritor es un absoluto desconocido. Pero a la vez, y este es uno de los misterios de la condición humana, también tienen cosas en común: son tipos insatisfechos, vulnerables, viciosos, vanidosos y contradictorios.

Los person un homenaje a la literatura, pero sus protagonistas son bastante desdichados.

—Siento una gran fascinación por la capacidad de crear belleza de artistas que son desastres humanos, que pueden escribir grandes obras o pintar cuadros maravillosos.

También reflexiona sobre el aura de los artistas malditos.

—El narrador es alcohólico, pero se dice a sí mismo que no está suficientemente loco y se pregunta qué barbaridades tendría que llevar a cabo para ser reconocido. Un amigo me dijo que yo era el único escritor normal que había conocido.

Ese escritor, ¿tiene algo en común con Vidal Ferrando?

—O el fiscal, ¡quién sabe! Como dijo Flaubert, ‘Madame Bovary soy yo’. Siempre hay algo de nosotros en nuestros personajes, lo que queremos u odiamos. Incluso a veces pienso que siempre escribimos el mismo libro, pero tenemos que ir con mucho cuidado para no repetirnos.

¿Escribe siempre el mismo libro?

—Muchas veces me lo pregunto. Mi obsesión es no repetirme. Me preocupaba mucho que esta novela no se pareciera a La ciutat de ningú. Además, con estas dos últimas novelas he roto bastante con las anteriores.

¿Cree que usted está suficientemente reconocido?

—Sé que no soy un escritor mediático, ni me gustaría serlo. Seguramente sería insoportable. Me conformo con lo que tengo y lo que me sucede. A todo el mundo le gustaría ganar un Nobel. He conseguido un equilibrio que agradezco mucho y que me da cierta paz interior. Esta sociedad envía un mensaje muy pernicioso y es que quien no tiene éxito es un fracasado.

«¿Escribimos por placer o para la posteridad», se pregunta el narrador de la novela.

—Escribimos por placer, para poner orden al caos y, además, permite conocerte mejor a ti mismo y al mundo y eso ya es un premio. Otro aspecto extraordinario es la capacidad de los artistas de convertir una desgracia en belleza. También es un premio el hecho de que, a medida que te haces mayor, te das cuenta de que tienes las mismas ilusiones que un adolescente. Es un regalo inmenso teniendo en cuenta el mundo en el que vivimos.

¿Cuál es el mal del mundo?

—Los excesos de los poderosos, los desequilibrios, el evidente ascenso de la ultraderecha, la destrucción de la naturaleza y la limpieza de cerebro a la que nos someten a diario los medios de comunicación. Un epitafio de novela que nunca pondría en mi tumba porque soy demasiado discreto es: «Ja no em manipulareu més».