La escritora e historiadora Laurence Debray, en Formentor. | Carles Domènec

TW
23

La escritora e historiadora Laurence Debray (París, 1976) investigó el pasado de sus padres, el filósofo Régis Debray y la antropóloga Elizabeth Burgos, para entender los vacíos de su infancia y escribir Hija de revolucionarios (Anagrama). Estudiosa de la Transición española, es autora de la biografía Juan Carlos de España (Alianza Editorial) y del documental Moi, Juan Carlos, roi d’Espagne, que no emitió Televisión Española, a pesar del éxito de público de la emisión en France 3. Debray participó este domingo en la mesa que cerró las Converses Literàries a Formentor.

Su ideología se construye en oposición a la de sus padres.
—Me construí contra ellos, pero también gracias a ellos porque me dieron la libertad intelectual de tomar distancia. Reconozco que no los entiendo y por eso escribí este libro, pero reconozco la herencia intelectual y los instrumentos para hacer algo diferente a ellos.

¿Hay un largo trecho entre la devoción por Charles de Gaulle de sus abuelos y la revolución de sus padres?
—La distancia es grande, pero mi padre, al final, reconoció a De Gaulle. Al escribir sobre mis abuelos, me refiero a la Francia que ha vivido la guerra mundial y el trauma de la ocupación alemana. De Gaulle era el héroe que había salvado a Francia. Mi abuela entró en política gracias a De Gaulle que quería incluir a las mujeres. De Gaulle era una figura paternal para Francia e importante en casa.

E intocable…
—Mi padre sentía que la sociedad era jerárquica y retrógrada. Esa generación se despertó políticamente con la guerra de Argelia y el proceso de descolonización. Se involucraron en política, con la fuerza del partido comunista, que era la única oposición a De Gaulle. Mi padre hubiera podido seguir hablando sobre cómo cambiar el mundo en los cafés de Saint Germain, como todos sus amigos, pero decidió involucrarse y partir. La paradoja es que cuando cayó preso, lo que le salvó la vida fue De Gaulle. Mi abuela se lo pidió. Fue la primera vez que hacía un gesto para una persona, no para una causa. En mi libro, aparece la carta de agradecimiento de mi padre a De Gaulle. Era un personaje importante en América Latina y la única persona, que no fuera comunista, que se enfrentaba a los Estados Unidos.

París fue la capital de la literatura latinoamericana.
—Ahora hay exiliados, pero no por cuestiones políticas o intelectuales. París ya no es el lugar que inspira a los escritores latinoamericanos. El libro no es tan importante. En los años 50 y 60, el libro era un acontecimiento. Hoy sería una serie de Netflix.

Ha escrito sobre el rey Juan Carlos, con una cierta veneración.
—Juan Carlos es muy europeo. Habla un francés perfecto, sin acento. Su cultura es muy francesa. Fue educado en Lausana. Se iba de caza con Giscard d’Estaing. Fue muchísimas veces a París para convencer a Mitterrand que España debía estar en Europa y que ETA era una organización terrorista. Cuando venía a París, se sentía en casa. Es un Borbón. Tiene una soltura que, para nada, tiene su hijo. Juan Carlos tiene una concepción muy europea. Felipe es una persona muy preparada, pero no habla francés de la misma manera, su mujer tampoco.

Hay voces que dicen que la Transición no fue tan modélica como se explicaba hace unos años.
—A los españoles les encanta criticarse, es su deporte nacional. En Francia, siempre estamos conmemorando algo. En España, cada día se critica, de manera autodestructiva. Cuando murió Franco, España estaba sufriendo una gran crisis. Nadie apostaba por Juan Carlos. Los análisis de las embajadas extranjeras intuían otra guerra civil. Los americanos estaban preocupados por el comunismo. Europa no quería saber nada de España, sobretodo Francia, por la agricultura. Es un milagro que gente de estado, que pensó en el país, pudo dialogar. El Rey tuvo mucho arte para llegar a un compromiso. No fue perfecto, pero fue un milagro.

La fotografía de la caza de elefantes hizo mucho daño.
—Sí, fue simbólico, pero los fallos de su vejez no tienen que afectar su gran obra política. España no contaba en la esfera internacional. Todos los consejeros de Mitterrand te pueden asegurar que, si España llegó a la Comunidad Europea, fue gracias al Rey.

De niña, tenía un póster del rey Juan Carlos en su habitación.
—Sí, mi padre lo quitó para poner uno de Mitterrand, que era muy feo. Además, Mitterrand me había robado a mis padres que, a partir de 1981, tenían cargos oficiales y desaparecieron de casa por el trabajo.

¿Qué piensa del independentismo en Catalunya?
—Veo mucha corrupción. Respeto el sentimiento independentista y el malestar de la gente, pero no veo ningún plan de futuro. No me parece muy sano reinventar la historia. Vivo en un país muy centralizado y me cuesta entenderlo.

El documental que filmó sobre el rey Juan Carlos tuvo mucho éxito en la televisión francesa, pero no llegó a emitirse jamás en España.
—Y eso que Televisión Española era coproductora del documental. En esa época, el rey Juan Carlos era muy impopular. Coincidió con la fotografía que apareció de los elefantes y con el caso Nóos. Lo que me interesaba no era eso. La vida del Rey es de novela y, en el documental, él nos contaba su historia. Pasamos dos días en la Zarzuela. Nadie me censuró. Fue la última entrevista antes de su abdicación. Estaba cansado, con mucho dolor, pero con un espíritu muy positivo. Entrevisté a gente muy brillante y cercana a Juan Carlos, como Alfonso Guerra o Vargas Llosa. No entrevisté a Aznar. Todo el mundo sabía que se llevaba mal con Juan Carlos. España debería trabajar más la manera de contar su propia historia. Francia tiene una narrativa nacional. España no la tiene.