La restauración que se ha realizado en el taller de Joan Miró en Palma, obra del arquitecto Sbert. | Mariana Díaz

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Joan Miró denominaba «la cueva» al taller que le diseñó el arquitecto catalán Josep Lluís Sert en Son Abrines, integrado en la Fundació Miró Mallorca, que el artista estrenó en 1956. Inmerso en el movimiento moderno, recibe la luz mediterránea de grandes ventanales y claraboyas. Para Miró era una ‘cueva’ porque allí se encerraba a trabajar «en soledad y en silencio», indispensables en su proceso de creación.

Fue Pilar Juncosa, esposa de Miró, quien se puso en contacto con Sert para que construyera el gran taller «con el que soñaba el artista» desde hacía tiempo, según se explica en el audiovisual Je rêve d’un grand atelier producido por Cesc Mulet, de La Perifèrica, que se proyectará en la primera sala de la nueva entrada al taller, ahora por la puerta lateral de la zona de almacén.

Afectado por humedades y otras patologías en pilares, forjados y paramentos, entre junio y octubre de este año ha sido objeto de una rehabilitación que implicaba su vaciado, lo que posibilitó una remodelación de su interior más cercana a cómo se encontraba cuando lo ocupaba Miró.

Según explicó Francisco Copado, director gerente de la fundación, la intención es «preparar al visitante, no solo intelectualmente, sino, sobre todo, emocionalmente», antes de que llegue al taller propiamente dicho, un camino corto que le permitirá conocer un «espacio íntimo», –ocupado por una cama a modo de sofá, «la original», una mesa y un par de sillas, además de algunos de los peculiares objetos que coleccionaba–, en el que el creador descansaba. «Hemos trabajado mucho la fuerza del objeto», añadió Copado, «objetos que nos hablan de su proceso de creación». La finalidad es «mejorar la experiencia de la visita», representada, en un 90 %, por público extranjero.

En la correspondencia entre Sert y Miró mientras el primero diseñaba el taller, el segundo le informaba de su modo de trabado: «Me desplazo continuamente, camino, me paro, observo la obra», contaba Patricia Juncosa, responsable del Departamento de Colecciones y Conservación de la fundación.

Fue a partir de este tipo de premisas que se ha recreado el interior del mismo, teniendo en cuenta los «vacíos», los «recorridos» entre los cuadros sin enmarcar, colocados sobre caballetes, apoyados en la pared, tirados en el suelo, como los tendría el artista, que podía pintar simultáneamente varios; también el mobiliario ha disminuido. Sobre las mesas, pinceles, botes de pintura y más objetos.

Se ha restaurado el sol de paja, junto al que Miró posó en algunas fotos, y que ahora cuelga del techo, o recuperado postales y fotografías, como una copia del Mas Miró de Mont-Roig, en Catalunya, y otra de Joan Prats, todo ello gracias a un proceso de investigación sobre diferentes documentos y soportes.

Finalmente, muy importante ha sido la labor del restaurador Enric Juncosa, que ha puesto a punto y catalogado las baldosas del suelo del taller con las manchas de pintura que las cubren. Ahora, su siguiente paso será asociarlas con cuadros concretos del artista, un reto fascinante.