El artista Joan Ramon Bonet, ayer ante el edificio del Palau de la Premsa. | Jaume Morey

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Cantó solamente tres años, durante la década de los sesenta, pero el legado de Joan Ramon Bonet (Palma, 1944) todavía hoy perdura. Por ello, el también fotógrafo recogerá este miércoles, a las 20.00 horas, en el Teatre Municipal Xesc Forteza de Palma, el Premi Enderrock d’Honor 2018, distinción que otorga esta revista en la primera edición de estos galardones en Baleares. Además, con motivo de esta distinción, el sello Picap acaba de publicar Joan Ramon Bonet. Les seves cançons (1965-1967), con doce temas del artista y uno extraído de El cor del temps, de Maria del Mar Bonet, canción que cantaron juntos en el Palau Sant Jordi de Barcelona en 1997.

¿Cómo acoge este reconocimiento?
— No sé si es un premio merecido o no, hice poca cosa. Fui el primero en cantar en catalán en la Isla y en integrarme en Els Setze Jutges, grupo al que después se incorporaría Maria del Mar [Bonet]. Es un homenaje a los comienzos de la Nova Cançó. Cuando empecé a cantar no sabía ni de la existencia de esta formación, pues no te enterabas de muchas cosas, no había la tecnología que hay hoy. Empecé ilustrando conferencias que daba mi padre, el periodista Joan Bonet, con canciones de Brassens. La canción francesa al menos decía algo, aquí solamente teníamos letras que decían las mismas tonterías una y otra vez.

¿Por qué dejó de cantar?
— Consideré que había hecho lo que tenía que hacer. Me divertía, pero pensé que tenía que profesionalizarme, hacer de ello un oficio. Yo había estudiado música y violín, pero creo que no cumplía los mínimos para hacer de ello mi oficio. Sopesé mucho esa decisión, soy muy autocrítico. Pensé que era una etapa de divertimento y que en la familia ya había alguien que pegaba muy fuerte: Maria del Mar.

¿Alguna vez se ha sentido eclipsado por ella?
— No, en absoluto. Además, ella tenía su estilo. Pensé que era bonito que ella continuara. En aquel momento quería hacer otras cosas.

¿Se arrepiente de esa decisión?
— No me he planteado arrepentirme. No lo veo con amargura. He conocido a mucha gente que hoy son mis amigos, a quienes admiro y que me profesan mucho cariño, como Guillermina, Pi de la Serra, Barbat... Es gente muy importante para mí.

¿Cómo ha cambiado el mundo del arte?
— Los jóvenes deberían estar más indignados, la sociedad está aceptando cosas que no deberían, en el mundo del arte, de la política... Esto más que un país es una païssa y, además, muy sucia. El centro de Palma me parece innoble y no una ciudad, sino un decorado de cartón en una ciudad. Veo lo mismo en los museos y galerías, por ejemplo el Casal Solleric. ¿Qué se está exponiendo? O no soy de esta época o paso mucha vergüenza... Una galería particular puede no tener buen gusto, pero los centros que pagamos los contribuyentes... En la música, sí que estoy contento, por ejemplo con la Orquestra Simfònica, que hace un buen trabajo.

¿Y en música?
— Hay muchos pueblos que no tienen bandas de música, pero sí hay algunos grupos de batucades. Detrás de un tambor viene un cañonazo. Veo agresividad y ruido, unos chicos a los que, tras ellos, podrían venir fusiles, algo militar. Me asusta y me preocupa.

Decía que los jóvenes deberían indignarse más...
— Sí, pero claro, no pueden decir nada porque tienen problemas por el qué dirán. Hoy en día es ridículo el nivel de expresión al que hemos llegado. En mi época, las canciones pasaban antes por la censura y, encima, tenías que tener permiso para cantar esas canciones, ese día en esa localidad. Sabíamos a lo que nos enfrentábamos. Luchábamos por cantar en nuestra lengua, pero ahora prohiben pensar. Es lo que describía Orwell, pero con micros que captarán nuestros pensamientos. Con lo que no estoy contento es con lo oficial del mundo del arte.

¿Qué le molesta?
— No entiendo cómo se expone una Venus de Milo con un pene. ¿Qué inculto ha dado ese permiso? Lo encuentro inculto, de mal gusto y no aporta nada. Piensan que los museos ya están llenos, tienen Mirós, Picassos; pero para mí hay muchas paredes vacías esperando las obras de los jóvenes. Les están esperando. Una galería privada puede hacer lo que quiera, pero un centro público no puede reírse del espectador, eso para mí es el límite. Podemos reírnos con él, como por ejemplo con Dani Mateo, pero no del espectador.

Su última exposición fue en Can Prunera, basada en retratos.
— Retrato a los personajes tal como los veo. Me interesa la técnica japonesa de no alterar nada, de dejar la escena tal como estaba antes de entrar el fotógrafo. Es mi filosofía de vida, pasar desapercibido.