Joaquín Sabina, en un reciente concierto de su gira, en Valladolid, hace unos días. | R. GARC

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Para Jack Kerouac, escribir era «trasladar al papel el latido del corazón»; para Hemingway equivalía a «sentarse y sangrar». Tormento y éxtasis, así se concibe el arte en cualquiera de sus manifestaciones, y la música no escapa del cliché. Joaquín Sabina sabe que la excelencia es fruto de un esfuerzo extenuante, como el que le infringió 19 días y 500 noches, una de sus obras capitales que, en su XV aniversario, será objeto de un exhaustivo repaso mañana, en el Palma Arena (21.30), donde recalará con su gira 500 noches para una crisis.

— ¿Qué hace especial a 19 días y 500 noches?
— Pasaron muchas cosas el año que lo compuse. Cumplí cincuenta años, padecí un ictus, cambié de novia y también de vida. Dejé de vivir en los bares y me volví más diurno.

— Recientemente admitió que nunca ha hecho la canción, el poema o el dibujo soñado, ¿esa frustración ha sido un motor para seguir aprendiendo?
— Tengo el corazón dividido, me han pasado cosas fantásticas con las que nunca había soñado, como viajar por todo el mundo y conocer el éxito, pero en el fondo de mi corazón aspiro a la excelencia y, en ese sentido, tengo la sensación de que, posiblemente, desaparezca sin haber parido la obra que me satisfaga plenamente.

— ¿Siente la nostalgia por lo irrecuperable?
— Con sesenta y seis años no tengo quejas de la vida que he tenido. Pero es cierto que las cosas que realmente calientan el corazón me sucedieron en la juventud o hace muchos años, y eso le hace a uno estar un poco triste.

— Decía Benedetti que las fosas nasales son el túnel del tiempo, porque un olor te catapulta a la infancia. Con la música sucede lo mismo, ¿en su caso necesita recurrir a repertorio ajeno?
— Mi infancia es un territorio muy raro, pero me reconforta pensar que mis canciones pueden causar ese efecto en alguien.

— Sus letras utilizan la ironía para desdramatizar asuntos sensibles, hay quien piensa que la ironía es la herramienta del perdedor, ¿que opina?
— Desde luego pueden tener razón, pero para mí es el modo de sacarle la lengua al tipo que veo frente a mi espejo.

— ¿Es optimista respecto al asunto de la crisis?
— Me gusta ver el telediario y eso invita al pesimismo. Me considero alguien alegre y dicharachero con un fondo terriblemente pesimista. En cuanto a las elecciones, pensaba no ir a votar, pero como se presenta mi amigo el poeta Luis García Montero no tendré más cojones que ir.

— ¿Para cuando nuevo material?
— En cuanto acabemos esta gira que se ha ido alargando por cuestiones de puro azar nos pondremos a ello. Me encerraré en algún sitio y abriré los baúles de canciones, a ver que sale.