Margarita Martorell Moixonia dirige la editorial que lleva por nombre su segundo apellido. | Guillermo Esteban

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Carecen de los recursos que disponen las grandes editoriales pero su fortaleza reside en el mimo que dedican a sus publicaciones, el trato con el escritor y la proximidad con el lector. Son sellos independientes que han brotado en tiempos convulsos para el sector. Cuando desapareció Xicra Edicions, Pau Castanyer nunca pensó en abandonar, sino en cómo mejorar. Impulsó Edicions del Despropòsit . «Hay que reinventar el mundo editorial, acercarse a los lectores y publicar cosas con una línea personal en la que los editores se impliquen y no sean meros intermediarios entre el autor y la imprenta», precisa.

Es necesario, según Castanyer, que el libro «recupere un valor como objeto, que la gente vea el trabajo que hay detrás y que no sea la novedad de Random House, que te viene de no sabes dónde y caen en las librerías como piedras. ¡Pam! 40 ejemplares. Son éxitos antes de que se hayan vendido».

Éxito

Cati Moyà y Elena Deleyto coincidieron en un máster de escritura en Barcelona. Una, de Lloseta; la otra, de Zaragoza. Nadie las leía y se les ocurrió publicar un volumen con un tema en común junto a ocho compañeros. Diez fracasados fue un «éxito» en Sant Jordi. Tras la experiencia engendraron Garbuix , que nació hace apenas un año «para dar cabida a autores jóvenes», como ellas, «que no encuentran su lugar», aclara Moyà. «Hasta ahora hemos tenido suerte al salir en bastantes medios», responde la editora a la cuestión de la visibilidad, una de las trabas más comunes, como la de la distribución. «Vamos librería por librería, con los títulos en la mochila».

Hace dos años y medio que Jorge Espina fundó La Baragaña . Desde entonces ha publicado 25 libros. «El balance emocional es muy positivo, aunque el económico no tanto. Una pequeña editorial es bastante difícil de mantener», subraya Espina, quien aboga por «mejorar la distribución».

Pau Vadell atisbó cierta pérdida de interés por la poesía. Es el motivo que le llevó a crear Adia , que ha sacado a la luz cinco obras. Atribuye el origen de este boom de pequeños editoriales a la «falta de voluntad de las grandes por hacer literatura». Recuerda que hubo unas reuniones, recientes, entre editores locales en las que coincidieron en los mismos problemas: «la distribución y la visibilidad».

Margalida Martorell dejó la oficina donde trabajaba e inició un proyecto, hace menos de un año, que bautizó con su segundo apellido: Moixonia . Ha publicado dos títulos y reconoce que para montar una editorial «hay que estar muy loco» y que cabe «mejorar la visibilidad». También cita la importancia de la distribución. «En muchas librerías no te cogen si vas sin distribuidor».

Tres amigos, Josep Maria Pijuan, Miquel Horrach y Enric d'Abadal, son los artícifes de la recién nacida Ifeelbook , que ya ha 'parido' su primera obra: Palma, crònica sentimental (Climent Picornell). «No somos editores profesionales. Pretendemos serlo, por supuesto», informa Pijuan. «Tampoco vamos a perder dinero. Nos falta profundizar en distribución y promoción», añade D'Abadal.