Botha saluda, junto a Salvador Brotons, al público de Bellver.

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Concierto de gala en el que coincidieron el objetivo solidario, la calidad artística, el soporte político, la actitud del público e incluso el clima: una suave brisa refrescó la alta temperatura musical que fue aumentando a lo largo de la velada.

Éxito rotundo, como avalan los dos bises y la gente puesta en pie aplaudiendo en varias ocasiones. Éxito previsible y casi garantizado, podría decirse, a la vista del programa y, sobre todo, el solista. Johan Botha ya forma parte de la geografía humana de nuestros festivales y citas internacionales, donde se ha ganado el cariño y la admiración de todo tipo de melómanos, desde los más operáticos a los más generalistas.

Regresó el jueves a Bellver y triunfó de nuevo gracias a una voz portentosa y a una expresividad rica en matices. Se acogió a algunos títulos emblemáticos ( Nessun dorma lleva camino de convertirse en himno de cierre), pero se atrevió a incluir otros que no son del dominio público en los que poder mostrar su versatilidad estilística y su gusto amplio.

Hay que agradecerle la inclusión de Mamma quel vino é generoso o el aria de Andrea Chenier , aunque por contra habría que lamentar la brevedad de la parte lírica, hasta ocho obras orquestales entre intermezzi y oberturas me parecen demasiadas en un concieto anunciado como noche de ópera. También echamos de menos una mínima incursión de la obra de Wagner. Peros aparte, la prestancia vocal de este tenor de técnica impecable y poderío extraordinario se impuso a lo largo de un concierto que tuvo en la segunda parte los más emotivos momentos. Bien la orquesta, que se lució especialmente en las obras sin solista. Destacar finalmente la claridad del sonido. Una delicia.