En la gala de reapertura, la Simfónica y los coros del teatro compartieron escenario con el pianista Ivo Pogorelich. Foto: TERESA AYUGA/JOAN TORRES/M.A. CAÑELLAS

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LAURA MOYÀ

El 28 de febrero de 2001, el Teatre Principal bajaba su telón para iniciar una rehabilitación con el objetivo de modernizarse. Ayer, seis años después y tras superar muchas polémicas, el espacio escénico volvió a alzar su telón ante más de 800 invitados. Parecía como si no hubieran pasado los años. El mismo dorado, el mismo rojo, los mismos asientos y los mismos palcos dominaban un Principal que, si se alzaba la mirada, había cambiado mucho.

Sus dos novedades más destacadas: el escenario, que ha ganado en altura y con una moderna cámara acústica; y la ausencia del anfiteatro, desaparecido para que el teatro recuperara su forma de herradura original, a la manera romántica. En el moderno hall, una emocionada Dolça Mulet recibía a los invitados, que se agolpaban como antaño. Algunos andaban despistados, tal vez por los seis años transcurridos, y no sabían si ir a derecha o izquierda. Al final, nadie se perdió y todos ocuparon su asiento a tiempo. La gala comenzó con sólo quince minutos de retraso.

La Orquestra Simfònica de Balears, dirigida por Andreas Weiser, inició la velada con Las Hébridas, de Mendelssohn. Una Simfònica que, finalmente, tocó en la gala tras confirmarse la baja por enfermedad de Rostropovich y tras la imposibilidad de contratar a Ricardo Mutti por la apretada agenda del director italiano. Después llegó el turno del pianista Ivo Pogorelich, quien tocó eConcierto para piano y orquesta nº2, de Rachmaninov. Era la gran estrella, un músico de prestigio que ofreció una interpretación magistral.