La historiadora del arte Elvira González, estudiando las joyas; junto a ella, la Veracruz. Foto: JOAN TORRES

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El Museo de la Seu recupera una colección de joyas que ha estudiado e inventariado la historiadora del arte Elvira González. Las piezas son donaciones a la Catedral y una selección se expone en una de las vitrinas de la Sala Capitular barroca. Siete piezas de esta colección, -integrada por anillos, broches, colgantes, cruces y una diadema-, forman un conjunto conocido como 'las joyas de la Veracruz'. Fue Pere Joan Llabrés, delegado diocesano de Patriomonio, quien propuso la reciente exposición de las joyas en el museo una vez que Elvira González, experta en este campo, finalizó su análisis. «En la vitrina se ha colocado una selección de las más antiguas», apuntó González.

El estudio ha servido para catalogarlas y también «para aumentar el conocimiento de la joyería femenina de lujo que se utilizaba en Mallorca y reforzar el que nuestra Isla, en siglos pasados, estaba a la vanguardia de las modas que imperaban en el Reino pues existen paralelos evidentes en la Península», comenta Elvira González, coautora junto con Magdalena Riera del libro «La joieria a les Illes Balears» editado por el Govern. La Veracruz es un relicario de gran formato, en plata con gemas en los brazos, que alberga «uno de los mayores fragmentos de la Cruz de Cristo que existen en el mundo y que llegó a la Seu en 1411 como regalo de un beneficiado del templo, hijo de un capitán de navío que, a su vez, lo recibió de un obispo oriental», cuenta Llabrés.

De las joyas inventariadas y expuestas destacan un broche que se halló cosido en el escote del vestido de una imagen de la Virgen que no estaba a la vista en el templo. Se trata de lo que se conoce como una joya de pecho, del siglo XVIII, decorada con perlas barruecas (irregulares), esmalte pintado sobre oro y filigranas de tulipanes. «La tulipomanía fue una moda que se impuso en el XVII por toda Europa cuando se comenzó a traer objetos de Turquía influenciando el ornato de la época». Una diadema del siglo XIX se donó a la Seu con una condición, que pueda ser lucida por las novias de la familia propietaria el día de su boda, regresando después al templo.