Jay Kay salió completamente de blanco, con un tocado indio con plumas plateadas. Foto: JOANA PÉREZ

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NICO BRUTTI
El escenario era una plaza de toros llena a rebosar. El reto, convertirla en un auténtico hervidero de chillidos, vitores y aplausos. Jamiroquai parecía tenerlo difícil pero supo ganar la batalla con creces. Empezó puntual y, sobre todo, terminó a la hora.

Antes de que empezara la actuación, Don Manolo, el dj de la Puta Opepe, empezó a caldear el ambiente. Un ambiente compuesto por toda clase de gente, aunque los jóvenes predominaron por encima del resto. Instantes antes de que Jay Kay saliera a escena, la arena y las gradas, repletas de gente, se preparaban para la fiesta. A las 22.00 horas en punto, el escenario se vistió de azul. El ritmo funki invadió la noche y la plaza. La gente enloqueció y empezó a gritar y a saltar. Fue entonces cuando las luces del coliseo se apagaron, señal inequívoca de que Jay Kay estaba a punto de salir. Primero entró la banda y, después, tras una breve espera que se hizo eterna, surgió JK.

El cantante surgió completamente de blanco y con una vincha, el característico tocado de los indios, también blanca con una raya roja en medio y con plumas plateadas. Primero cantó «Conned heath» y, después, llegó el momento de saludar. «All right. Buenas noches», dijo. «Cosmic girl» y «Music» continuaron con el espectáculo, un espectáculo repleto de luces y con un telón de fondo negro en el que se podían ver pequeñas estrellas. El calor y la enorme cantidad de gente que había hicieron que más de un fan acabara en el dispensario. Las gradas, mientras, no dejaban de bailar. Al igual que Jay Kay, como no podía ser menos.