El artista, con una de sus obras. Foto: IVÁN TERRASA

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IVÀN TERRASA-MADRID
Enrique Broglia (Montevideo, 1942) vivió en Mallorca en los años ochenta. Ahora vuelve a exponer en España tras muchos años de ausencia. El próximo miércoles inaugura una exposición individual en la galería Dionís Bennàssar de Madrid, donde muestra su trabajo de los últimos años.

-Tras todos estos años, Broglia, cuéntenos cómo va a ser esta exposición en Madrid.

-Pues aparte de una serie de esculturas, voy a presentar por primera vez en España una veintena de collages en los que he estado trabajando los últimos dos años en Uruguay. El tema insistente de esta exposición son los pájaros, que empecé a visualizar en mi etapa de Mallorca. Yo viví una época maravillosa en Alaró. Allí recogía ramitas de olivo y con ellas hacía pájaros, que luego pasé al bronce. Desde entonces me atrapó el tema de los pájaros, hasta el punto de que donde hoy vivo en Uruguay, estoy rodeado de pájaros que me despiertan por la mañana.

-¿Qué recuerdos guarda de su época en Mallorca?
-Pues fueron unos años maravillosos, en Alaró en particular. Tengo muchísimos amigos en Mallorca. A la Isla llegué acompañado de mi mujer, que es cantante, y que iba a dar un recital en el Auditòrium. En ese tiempo me propusieron un proyecto muy ambicioso en Sant Elm, que nunca se llegó a realizar. Pero entonces empecé a hacer exposiciones en el palau Solleric, en Pollença... Y luego la escultura del parc de la Mar.

-¿Cómo surgió la idea de esta escultura?
-Fue una invitación del Ajuntament de Palma en el año 1985. Me encantó la posibilidad de tener una escultura en un lugar tan lindo. Era muy abstracta, pero al poco la gente empezó a darle el significado de un hermanamiento entre España y América, y eso que yo no vi en un principio, luego me encantó.

-Usted ha vivido y trabajado en París, Roma, Mallorca, Madrid, Barcelona, Uruguay, ¿ha cambiado el punto de vista de su obra dependiendo del lugar en que residía?
-Sí, claro, de alguna manera. Sobre todo cambió mucho mi idea al venir a Mallorca en los ochenta. Yo siempre he buscado los lugares tranquilos, apartados. En mí influye muchísimo el ritmo de vida. Y llegar a Mallorca, aparte de los pájaros, fue el paraíso.

-¿Cómo y cuándo empezó su pasión por la escultura?
-De muy niño yo tenía la costumbre de dibujar a pluma. A los quince años, un escultor uruguayo me dijo que mis dibujos eran los de un escultor, lo que me provocó un gran susto. Ese mismo escultor me dio un pedazo de arcilla, y así empecé. A los pocos años me presenté a un premio en el Salón Nacional, lo gané y me dieron la oportunidad de viajar a Roma y a París. Después, con una beca para un año, volví a París. Y me quedé en Europa 28 años.

-¿Cómo ve su trayectoria de estos cuarenta años?
-Simplemente como un trabajo que me gusta hacer. Pertenezco a ese tres por ciento de la humanidad que hace el trabajo que le gusta. Y si encima puedes vivir de ello, mejor. Aunque yo he pasado muchos años de dificultades.

-Usted fue un autodidacta, no fue a la escuela de arte.
-Pero siempre saqué conclusiones de lo que veía y leía. Mi verdadero aprendizaje fue en el taller, experimentando con las fundiciones, trabajando constantemente en el campo de batalla.

-Por último, ¿cómo ve a los jóvenes escultores?
-Me preocupa que los jóvenes quieran ir tan deprisa. Decía Pepe Ayllon que se está perdiendo la humildad del aprendizaje. Hay chicos que empiezan y que pretenden ser Picasso al día siguiente, con lo que pierden todo el periodo de aprendizaje. Eso sí me preocupa.