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JAIME LÓPEZ No sólo era un actor genial. En sus parsimoniosos andares; en su pausada forma de hablar, de inequívocos dejes aztecas, Anthony Quinn revelaba también que era un admirable ser humano. Su presencia, aquel metro ochenta de estatura, robusto, con una cara marcada de arrugas griegas, hebreas, romanas, pero de las clásicas, esquimales, polacas, mexicanas "por supuesto" indias, hindúes, musulmanes, bárbaras, italianas, partisanas yugoslavas, francesas, y sí, sí, hasta españolas («Y llegó el día de la venganza», Fred Zinneman (1964), con Omar Shariff y Gregory Peck), no nos pudo sino imponer respeto y el reconocimiento de que estábamos ante una gran estrella del Séptimo Arte.

Pedro Prieto supo que Anthony Quinn, dos veces ganador de un Oscar al mejor actor secundario, iba a venir a rodar a Palma. En el seguimiento de los detalles sobre una serie que promete ser un éxito televisivo, al segundo día Pedro me acepta como segundo de a bordo en la formalización de un diálogo "cuando menos, un breve encuentro" con «Zorba, el griego».

No se tiene todos los días la oportunidad; uno no había tenido nunca la suerte; ni Pedro ni el que esto está recordando, habíamos soñado jamás tener la ocasión de fotografiar, entrevistar, siquiera intercambiar diez palabras, con «Paul Gauguin», «Zorba», «Barrabás», «Atila», el primer Papa polaco que había sido «Pescador», «Emiliano Zapata», el indio «Jerónimo», uno de los héroes de la batalla de Navarone... y poderlas transcribir con su imponente imagen en un diario insular.

Quedamos impresionados por el talento, la cultura, la preparación actoral, la versatilidad interpretativa "el «Onassis» televisivo fue el papel de su vida" del ya desaparecido Raúl. Y embelasados por la elegancia y clase de Francesca Annis, esposa en la vida real de Ralph Fiennes, y ninguna otra sosias mejor para la imagen «king size» de Jackie Kennedy Onassis.